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En el Día de la Tierra, regocijémonos en la inmensidad de lo femenino

dia de la tierra

Hoy, en el Día Internacional de la Madre Tierra, es apropiado y justo honrar la fuerza de lo femenino.

No es una celebración que se refiera específicamente a las mujeres, ni como madres, ni como compañeras, ni como hijas, ni como hermanas.  La ilustro como un homenaje a los poderes complementarios que se manifiestan, a menudo epicenos, a veces opuestos, dentro de lo femenino y lo masculino del reino animal.

¿Qué lleva a una tortuga laúd que se alimenta en Japón a nadar 11.000 kilómetros a través del Pacífico para desovar en la misma playa donde nació décadas antes en la costa mexicana de Michoacán, Guerrero u Oaxaca?

¿A qué tipo de fuerza invisible responde una ballena gris preñada al nadar 8.000 kilómetros durante cinco meses, día y noche, sin parar ni comer, desde el Ártico hasta las lagunas costeras de la península de Baja California para dar a luz?

¿Qué llevó al famoso tiburón ballena, Rio Lady, probablemente embarazada, a salir de Isla Mujeres, en el Caribe mexicano, para navegar 8.000 kilómetros por el Atlántico hasta África, pasando por el archipiélago de San Pedro y San Pablo, a mil kilómetros de la costa de Brasil?

¿Y por qué una mariposa monarca, que sólo pesa medio gramo, vuela 3.000 kilómetros desde Canadá y Estados Unidos para llegar a los bosques de oyamel y pino-roble del centro de México, donde se aparea para asegurar la supervivencia de su especie?

La verdad es que no lo sabemos. Ciertamente, son manifestaciones que se han nutrido durante millones de años y forman parte de la intrincada red evolutiva-ecológica de la vida. Quizá sean expresiones ancestrales de apelaciones arquetípicas que afirman lo femenino, los anhelos de un subconsciente animal profundo y compartido.

Sea como fuere, no perdamos hoy la oportunidad de alegrarnos del mundo natural y de la fuerza vital de la esencia femenina, que, en sentido amplio, se encuentra en los cromosomas de todos los seres humanos y seguramente también en el cosmos.

En ese contexto, volvamos a los insectos, a esos millones de especies de bichos cuya ascendencia les ha dado jurisdicción sobre el mundo terrestre de nuestro planeta desde hace más de 400 millones de años, esos artrópodos siempre presentes equipados con dos antenas, tres pares de patas, dos pares de alas.

En este Día de la Tierra, pensemos en las 380.000 especies de escarabajos, las más de 20.000 especies de abejas, las 135.000 especies de moscas y mosquitos y las 120.000 especies de mariposas y polillas. ¿Por qué? Porque sin ellos, la Tierra, nosotros, no seríamos lo que somos ahora. Sin el trabajo de los insectos, especialmente de los polinizadores, los humanos estaríamos en una situación desesperada.

Mi insecto favorito, con diferencia, es la mariposa monarca porque encarna la esencia, el alcance, de lo femenino. No es de extrañar que la palabra griega psyche se refiera al alma de una mujer, ¡o de una mariposa!

La monarca: esa viajera infatigable que realiza la segunda migración más larga de todos los insectos -la primera es la raya del globo, Pantala flavescens, una libélula transoceánica que recorre 14.000 kilómetros entre la India y África oriental. La monarca: un migrante sin visado, la mariposa que recorre los cielos de tres países para unirlos como un paisaje indivisible.

Por su ensamblaje genético, la monarca sabe cuándo partir de Canadá, cómo maniobrar en el inhóspito corazón de Estados Unidos y cuándo llegar a su Shangri-la en lo alto de las montañas de los estados de Michoacán y México. Su viaje es una maravilla natural que hoy se ve amenazada por los glifosatos que destruyen su hábitat en Estados Unidos, por la tala ilegal en sus bosques de hibernación en México y por el cambio climático.

Si permitimos que nos quiten la monarca, y otras especies de insectos, no sólo habremos perdido una mariposa o una magnífica migración. También perdemos los enormes servicios ambientales asociados a la polinización de las plantas silvestres y los cultivos de la humanidad. Perderíamos las historias ancestrales y el folclore que une a los tres países. Perderíamos a la embajadora superestrella del elemento femenino del ser.

En el Día de la Tierra, como homenaje al componente femenino que todos llevamos dentro, detengámonos un momento a pensar en la metamorfosis de cada uno de esos 400 pequeños huevos amarillos de 0,46 miligramos cada uno que pone una monarca, huevos que al cabo de sólo dos semanas se convierten en orugas 3.000 veces más grandes que el huevo.

Alegrémonos de las crisálidas, de las mariposas, de sus hijas, de sus nietas, de sus bisnietos y de sus tataranietos; estos últimos son precisamente los que regresan a México cada invierno desde los tiempos primitivos.

Termino estas reflexiones con una nota personal. Un invierno, hace 15 años, mi hija Pía (que entonces tenía sólo 4 años) y yo caminamos, de la mano, a 3.000 metros de altura entre bosques de oyamel y roble en El Rosario, un santuario comunitario de mariposas monarca en el estado de Michoacán.

Nunca olvidaremos aquel ensordecedor torrente de lepidópteros que nos acribillaba, aquellos veloces flutterbys que descendían para engullir las gotas que dejaba la bruma matinal. Con los ojos cerrados y acurrucados, nos abrazamos, esperando a que la multitud de Danaus plexippus de alas anaranjadas y negras decidiera disiparse.

Ahora me pregunto si acaso eran los descendientes de las mariposas amarillas que siempre acompañaban las apariciones de Mauricio Babilonia, aquel personaje mágico de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

Estoy plenamente convencida de que la supervivencia de todas las especies, y del planeta Tierra, depende de la vitalidad y la generosidad de lo femenino.

Estas líneas, las he escrito para Pía.

Omar Vidal, científico, fue profesor universitario en México, es un ex funcionario superior del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y ex director general del Fondo Mundial para la Naturaleza México.

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