Son las 4:30 de la tarde y la escena en el barrio de Tlatelolco, en Ciudad de México, es vibrante y caótica. El tráfico es interminable en las calles. Los bocinazos y las sirenas llenan el aire mientras los lugareños van de un lado a otro haciendo sus recados cotidianos.
Contemplando este desorden a 20 pisos de altura hay un retrato sorprendente, vívido y realista de dos mujeres rodeadas de campos de maíz y magníficos quetzales de cola larga. Sus expresiones faciales, sus posturas y sus posiciones evocan el poder, la resistencia y la fuerza mientras miran a lo lejos.
A mitad de camino, justo en el centro del retrato, se encuentra su creadora, rellenando los trazos y matices restantes de su color y esencia. Lo hace sin miedo desde un ascensor en el aire, acariciando la pintura y rellenando huecos incluso cuando el viento sacude el ascensor con un poco de violencia.
Paola Delfín no tiene miedo a las alturas, ya que ha trabajado en múltiples obras de gran tamaño a lo largo de su carrera como reconocida muralista y artista visual de gran escala. Tiene la misión de completar el primero de los 17 murales para un proyecto del Colectivo ADN, un colectivo artístico de Ciudad de México.
El proyecto pretende resucitar la historia del yacimiento arqueológico de Tlatelolco como uno de los mayores mercados de la capital azteca de Tenochtitlán. También envía un mensaje medioambiental: todos los artistas trabajan con una pintura ecológica, Airlite, que purifica activamente el aire circundante.
Es como si plantaras árboles al mismo tiempo que pintas, dice Delfín.
Nacida en Ciudad de México, Delfín dibuja y pinta desde muy joven, cuando ya veía el potencial del arte como forma de comunicación.
Siempre me ha resultado más fácil expresarme a través de mi trabajo, de la pintura, explica.
Durante sus primeros años trabajó sobre todo en pequeñas ilustraciones y pinturas, pero hace nueve años se pasó al muralismo. Descubrió que el uso de grandes espacios murales era una forma perfecta de expresarse.
Intento presionarme para buscar realmente momentos mágicos en mi trabajo, porque por eso lo hago en público. Mi trabajo en el estudio es diferente; sólo pienso en mí.
En México, los murales se han utilizado tradicionalmente para difundir mensajes visuales a la población analfabeta, permitiendo una mayor inclusión y cohesión de la comunidad. Estos mensajes promovían la identidad cultural, la historia y, en ocasiones, mensajes de carácter político o social.
La obra de Delfín se basa en estos mismos mensajes, centrándose en la unidad y la comunidad. Cree ampliamente en la idea de utilizar el arte, en concreto los murales públicos a gran escala, para suscitar conversaciones y crear una reflexión en su público sobre su entorno. Cada una de sus obras mira a su respectivo barrio con un sentido de protección.
Mis obras hablan de la conexión entre la gente, la tierra, la naturaleza y sus raíces, dice. La construcción de la identidad cultural y la protección del medio ambiente son dos temas que ella considera esenciales para el patrimonio mexicano, pero que a veces se olvidan.
En su país, sus murales urbanos comunican, expresan y crean conciencia y reflexión sobre algunos de los problemas más difíciles de México: la pérdida de identidad, la pobreza y la crisis del feminicidio. Ha diseñado arte que simboliza el movimiento feminista de México, concretamente en torno a la fuerza y el poder de las mujeres para construir comunidad.
Sus murales también analizan los mecanismos que los seres humanos pueden utilizar para mejorar la humanidad, como la empatía y la vinculación. Pinta sobre todo a personas, por lo que ha desarrollado una capacidad innata para observarlas y captar las diferencias de pensamiento. Sus murales pueden verse en América Latina, Europa, Asia y Norteamérica.
Su mayor obra hasta el momento, Shelter, cubre un edificio de 40 metros de altura en Kiev (Ucrania). Esta obra formaba parte de un proyecto internacional a gran escala -Art United Us- que reunió a 200 muralistas de todo el mundo para trabajar en mensajes de esperanza contra la guerra, la agresión y la violencia.
Delfín encuentra el conocimiento y el descubrimiento en los viajes.
He conocido diferentes formas de ver la vida y de pensar en otros países. Eso ha sido muy poderoso para mí porque he aprendido que hay mucho más de lo que puedo imaginar en este mundo.
En todos los países que visita, Delfín se relaciona con los lugareños, que acaban convirtiéndose en sujetos o sirviendo de inspiración para sus obras. Estudia y habla con la gente de la zona antes de pintar.
Para mí es muy importante crear una historia propia para cada lugar al que voy y pinto. Tengo que conectar con la gente porque, al final, estoy pintando para ellos más que para mí, dice. Cuando termine aquí, puede que no vuelva durante un tiempo, pero la gente va a mirar el cuadro todos los días.
A través de su arte público, espera llegar a un amplio abanico de personas, creyendo que su obra es accesible sin exclusividad. Ha aunado esfuerzos con otros artistas de todo el mundo para educar a los jóvenes en el uso del arte y la pintura para construir una comunidad.
Delfín anima a la próxima generación a hacer cosas por felicidad y pasión. Rompan con el miedo y encuentren la manera de hacerlo, dice.
Sus primeras obras exploran la belleza femenina interior y exterior, la fuerza y la vulnerabilidad, centrándose en la figura femenina y los rasgos faciales. Sin embargo, está cambiando su trabajo hacia la inclusión.
Con el tiempo, comprendí que tengo que decir las cosas de forma universal. Tengo que incluir a todo el mundo, dice. Si hablo de igualdad, no puede tratarse sólo de mujeres.
Delfín es una persona que se nutre del cambio y no le gusta quedarse en la misma zona, ni mental ni físicamente.
Me da miedo, pero me gusta experimentar, dice.
Experimenta continuamente con diferentes técnicas y formatos. Su obra está influenciada principalmente por las ilustraciones, las formas orgánicas y una mezcla de materiales poco convencionales. Se inspira en artistas como Remedios Varo y Leonora Carrington.
Recientemente, ha pasado a utilizar el monocromo para explorar la ausencia de color, un cambio de tono. Ve este cambio como casi una especie de experimento social. Pintar con tonos monocromáticos ha sido interesante para ella, para aprender que la gente a veces está casada con ciertas ideas de lo que deben ser los murales, o de cómo debe ser el arte.
El alejamiento del color estuvo influenciado por su trabajo en la infancia y por el simple hecho de dibujar a lápiz en blanco y negro o a carboncillo para las ilustraciones del estudio.
Delfín habla abiertamente de sus retos como artista. Existe esta forma de ver a los artistas que todavía no es como un trabajo serio, dice.
Describe momentos en los que sólo le han ofrecido una bebida como pago. Quiere que el mundo sepa que ser muralista es un trabajo real y arriesgado y que no es tan fácil como parece.
Cuando se sube a un ascensor que sube a un edificio alto, se enfrenta a muchos desafíos con el viento, la lluvia y el calor.
Por lo demás, está agradecida a quienes la apoyan: su familia y amigos, sus redes de artistas y toda la gente con la que ha trabajado en todo el mundo. Se siente afortunada de que su obra esté expuesta para que el mundo la vea.
Si la gente puede entender de qué trata el mensaje, [si pueden] sacar sus propias conclusiones sobre un cuadro, se siente agradecida. Mientras tanto, está aprendiendo a dejarse llevar por la corriente.
A veces los proyectos surgen de la nada y te sorprenden. Así que estoy abierta a lo que ocurra después, dice.