Es una visión espeluznante: un campanario en ruinas que asoma bajo las aguas de un embalse.
Las ruinas de las ciudades sumergidas pueden encontrarse en varias partes de México, a veces parcialmente visibles durante todo el año, otras veces sólo cuando el nivel del agua baja lo suficiente. Este año, el agua del embalse de San Miguel Allende, Guanajuato, bajó lo suficiente como para poder subir a la antigua parroquia de Agustín González.
Se podría pensar que la destrucción de edificios centenarios sería poco frecuente en México, pero no es así. La construcción frenética de presas comenzó a principios del siglo XX, empezando por La Boquilla en Chihuahua en 1910.
El ritmo alcanzó su punto máximo en los años 70 y 80, cuando se construyó el 45% de las presas de México. El impulso que las impulsó fue la modernización de México, que demandaba más agricultura, más electricidad y más agua para las sedientas ciudades.
No existen datos sólidos y actualizados sobre el número, tipos o condiciones de las presas de México. La última vez que la Comisión Nacional del Agua cifró el número fue en 4.449 en 2008, pero un estudio de 2019 estima que hay 5.163.
Cincuenta de ellos controlan el 80% de las aguas superficiales del país. Las más importantes se encuentran en la cuenca del río Balsas, en el noroeste del país, en la del río Grijalva y en la del río Bravo.
Las presas y los embalses tienen costes ecológicos y sociales, muchos de los cuales son asumidos por personas que no ven los beneficios. En México, estas personas han sido desproporcionadamente indígenas.
El principal problema en torno a estas masas de agua es el desplazamiento forzoso de comunidades enteras, ya que la construcción de embalses ahoga viviendas, tierras de cultivo e incluso yacimientos históricos y arqueológicos.
Algunos ejemplos son la presa El Temascal, construida en 1949, que desplazó a 22.000 personas en Oaxaca; El Infiernill en 1961 en Michoacán, que desplazó a 5.500; y La Angostura en 1972, que desplazó a 15.483 en Chiapas.
La construcción de presas ha continuado desde entonces, aunque de forma más lenta y prestando más atención a los efectos de su creación en las poblaciones locales.
La construcción en 1996 de la presa Luis Donaldo Colosio, en Sinaloa, dio lugar a la Declaración de Huites, un documento en el que se exponen las quejas de los indígenas desplazados por la construcción de presas. Uno de los casos más recientes es el de la presa El Zapotillo, en el noreste de Jalisco. Fue detenida en 2019 por una demanda interpuesta por los pueblos que iban a ser inundados, aunque el gobierno federal quiere reactivarla.
Aunque las ciudades mueren bajo el agua, no desaparecen. En los lugares donde se pueden ver las ruinas, se han convertido en atracciones turísticas; los lugareños con barcos llevan a la gente a los sitios.
La comunidad sumergida más notable es Quechula, que alberga una iglesia y un monasterio del siglo XVI. Se encuentra en el embalse de Malpaso (también conocido como Nezahualcóyotl), en Chiapas, uno de los mayores y más importantes de México.
Desde que se construyó la presa en 1966, el monasterio solo se ha visto dos veces, una en 2002 y otra en 2015. A pesar de su antigüedad y del papel que desempeñó en los primeros esfuerzos de evangelización en la región, nunca fue declarado sitio histórico.
El Estado de México cuenta con varios pueblos fantasmas anegados. El más conocido es San Luis de la Pera, en la presa de Taxhimay. Desde 1943, sólo la torre de la antigua iglesia parroquial es visible sobre las aguas. El lago artificial es una de las razones por las que la zona es ahora una importante área recreativa regional.
Cerca de la popular escapada de fin de semana de Valle de Bravo se encuentra la localidad de Santo Tomás de los Plátanos, bajo el embalse de Santa Bárbara. Esta localidad y las 145 hectáreas que la rodean fueron declaradas reserva ecológica estatal en 1993.
En Guanajuato, la presa de La Purísima cubre las ruinas de Zangarro, una comunidad inundada en 1979. Su iglesia y otros edificios sólo pueden verse en épocas de gran sequía.
La antigua iglesia sigue en pie, pero no está en buenas condiciones. Durante años, después de que la iglesia se inundara, se contaban historias de personas que buceaban y encontraban oro en las ruinas sumergidas.
Uno de los embalses más importantes de Oaxaca es el Benito Juárez, construido en 1961. En plena estación seca, es posible ver el antiguo pueblo de Jalapa del Marqués (o Yudxi en zapoteco). Alberga las ruinas de un antiguo monasterio dominicano, así como una escuela primaria y un cementerio. El grado de visibilidad cada año depende del nivel de sequía.
En Michoacán se encuentra una estructura llamada iglesia hundida de Churumuco. El pueblo de Churumuco fue vaciado e inundado con la construcción de la presa El Infiernillo en 1965.
La iglesia se construyó en 1800 y destaca por ser uno de los lugares en los que el héroe de la Guerra de la Independencia José María Morelos y Pavón trabajó como sacerdote. Gran parte del edificio se ha derrumbado, pero lo que queda es visible durante gran parte del año.
La mayoría de los pueblos ahogados están en el centro y el sur del país. Esto se debe a que allí hay más ríos y más grandes, así como más centros de población y más grandes. Pero también hay ejemplos de ciudades fantasma sumergidas en el norte.
En Sonora, San Pedro de la Cueva fue un pueblo fundado por misioneros jesuitas en 1614. Desapareció bajo las aguas de la presa Plutarco Elías Calles en 1962. En la actualidad, el embalse es una zona recreativa muy popular para hacer senderismo, acampar y pescar.
En casi todos los casos, las comunidades inundadas son pequeños pueblos, siendo sus iglesias parroquiales el principal edificio a destacar. Pero también se han inundado otras comunidades, como las haciendas.
San Antonio era una de las tres haciendas cercanas a Pachuca propiedad del magnate de la plata Pedro Romero de Terreros. La antigua casa de la hacienda, la capilla y las instalaciones de la fundición estaban cubiertas por el agua y sólo era visible la chimenea de la fundición durante todo el año.
Un destino similar corrió la Hacienda de El Palote en León, Guanajuato. Durante las sequías, es posible caminar hasta las ruinas de la antigua capilla y la casa de la hacienda.
Leigh Thelmadatter llegó a México hace 18 años y se enamoró de la tierra y la cultura, en particular de su artesanía y su arte. Es autora de Cartonería mexicana: Papel, pasta y fiesta (Schiffer 2019). Su columna de cultura aparece regularmente en México News Daily.