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La revolución… año nuevo ¿vida nueva? | Por Armando Martini

(A Todo Momento) — Los que tengan edad recordarán un alegre tema de Billo Frómeta que se tocaba en todas las fiestas del 31 de diciembre, era una melodía obligada, la canción del inolvidable director y músico de “la orquesta más popular de Venezuela”, cuando interpretaba un rítmico y alegre “a-ño-nuevo-vi-da-nueva”; los concurrentes cantaban en coro, bailaban y aplaudían entusiasmados.

Sí, hubo una época larga y pre-revolucionaria en la cual la noche de fin de año, e inicio del nuevo, era de celebraciones en clubes, casas, apartamentos y plazas. Poco antes de la media noche ya se tarareaba aquella no tan alegre balada de Néstor Zavarce, -el mismo del éxito “Pájaro Chogui” que lo lanzó a la fama en aquél inolvidable Show de las 12 de RCTV y Víctor Saume- cuando se hizo presente en hogares colocado con insistencia en los aparatos de sonido, “Faltan cinco pa’las doce”, ¿cómo olvidarlo?

Antes y después fueron otros tiempos, años de discusiones y polémicas, pero de buena vida, cuando la noche de Año Nuevo se hacía peligrosa no tanto por la delincuencia como por los riesgos de imprudentes conductores que iban de casa en casa, visitando y bebiendo, en particular, los que se retrasaban y apretaban aceleradores para recibir las doce de la noche -“el cañonazo”- en casa de mamá. Y los que, cargados de whisky, ron añejo, cerveza y champaña se exponían a accidentes amaneciendo el primer sol.

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Noche comprometida por tragos y descuidos, amaneceres con de “ratones” monumentales. Se saboreaban hallacas, pan de jamón, degustaba pernil, ensalada de gallina, Ponche Crema y tantos etcéteras. Había despliegues de luces y sonido, desde horas antes y pasada la medianoche, los cielos se cubrían en un estallido de cohetería deslumbrante, las alturas se transformaban en figuras resplandecientes colmadas de colores. Observadas extasiados, imposible perdérselas.

Era aquella temporada cuando las compras decembrinas complicaban el denso tráfico, estaban los quioscos improvisados saturados de arbolitos canadienses, -el pino caribe nunca fue apropiado- adornos, figuras inflables de San Nicolás, elementos para los pesebres, y, por supuesto, la más amplia variedad de fuegos artificiales y luces de ornato. Todo se conseguía, se podía comprar en más o en menos dependiendo de las utilidades y aguinaldos. Pero la gran mayoría tenía posibilidades.

Los únicos que no se sentían felices en esos estallidos navideños eran los perros, asustados por el ruido, en aquellos días lejanos cuando cualquiera podía tener uno -o más- sin arruinarse para comprarle comida. Pero también se lograban tranquilizantes veterinarios para aliviarles el sobresalto.

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Eran otras épocas, cuando se disfrutaban las fiestas navideñas, se cantaban villancicos, aguinaldos y diversas melodías, las gaitas inundaban el país desde noviembre. Cada alcaldía se esmeraba en decorar con ornamentos especiales y luminarias sus calles y plazas. Edificios residenciales y casas se adornaban como si de una competencia se tratara. Las sedes de las compañías se decoraban con motivos decembrinos. Así Venezuela le demostraba al mundo que también celebraba con entusiasmo y exaltación la Navidad. El nacimiento de Jesús y la llegada de un nuevo año siempre cargado de ilusiones y propósitos.

Cuando se reflexionaba -o pretendía hacerlo, cosas de las buenas costumbres- se hacían planes y promesas para el año a punto de nacer, y por cientos de miles los venezolanos viajaban a sus sitios de origen para reencuentros familiares, gastaban dinero comprando regalos para familiares y el “Niño Jesús”, y la ropa que cada quien estrenaría. Los juramentos, eran hermosos y nobles, parte de las emociones, se cumplieran o no -más o menos, que era lo habitual.

Los de menos edad no se percataron de ese rutilante estilo de navidades venezolanas que se disfrutaban en diversos sitios, se animaban de festividad, sonrisas y abrazos en los hogares de cada rincón. Al retumbo de las 12 campanadas se comían doce uvas, se sacaban maletas a la calle en deseos de viajar, se consumían lentejas en la creencia de procurar porvenir, y en las manos se colocaba dinero en efectivo -que hoy no hay- como simpática brujería para mejor remuneración el siguiente año.

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Nada existe, son síntomas y actividades de un pueblo dispuesto a ser feliz, lo cual, por ahora- no parece posible. A partir del 15 de diciembre se iniciaban las nueve Misas de Aguinaldo, que preceden a la Misa de Gallo que se realizaba el 24 de diciembre a la medianoche. Ceremonias que se hacían de madrugada y se celebraban en casi todas las iglesias, luego al finalizar comenzaban las esperadas patinatas. Pero en socialismo y revolución ¿quién en su sano juicio, va a patinar en calles rotas y llenas de huecos, atiborradas de basura y repletas de delincuentes? ¿cómo atreverse asistir con alegría y rostro encendido a las mañaneras Misas si muchos ni siquiera tienen desayuno?

También se evaporaron las bulliciosas y alegres gaitas. Ya no se conocen las grandes fiestas con orquestas y de contagiosa presencia, en discos o grabaciones, las siempre gozosas cuñas de navidad de los canales de televisión, la belleza fascinante de los pirotécnicos, cuando se competía entre vecinos a ver quién lanzaba más y hacía más ruido.

Todo feneció ni siquiera por ser símbolos de felicidad que el socialismo castro-madurista detesta, aunque anuncia con palabreo fastidioso, vacío y mentiroso. Todo se fue a la historia de mejores pasados porque, al terminar 2017 y comenzar 2018, los únicos que bailan y se contonean son el Presidente y la Primera Combatiente.

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Las navidades revolucionarias no se pueden disfrutar, hay hambre, no hay medicinas, tampoco dinero, ni abastecimiento, desaparecieron las ilusiones, se disipó la fe, malbarataron la confianza, y, por si fuera poco, en cuanto a Maduro -no sabe qué inventar para que los ciudadanos olviden el desastre-. Animó al país a encender luces porque llegaba la Navidad, se produjo un monumental apagón en la capital y varios estados mientras el Gobierno de Portugal -según Maduro- se quedó con barcos cargados de sabroso pernil que había comprado para regalar al pueblo carnetizado de la Patria.

¿Cómo hacer promesas para el próximo año, si nadie cree será menos malo que éste a punto de morir? La esperanza es lo último que se pierde, según el viejo y pre-revolucionario refrán. Con ese destello de ilusión deseamos lo mejor en 2018. Tal vez lo mal que andan las cosas en estas afligidas y desconsoladas festividades, sea el chispazo para que vayan mejor en 2018. Amén.

@ArmandoMartini