Perdón, por tanta maldad del Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo
(Redacción A Todo Momento) La visita del Papa Francisco a Cracovia para la Jornada Mundial de la Juventud está llena de gestos muy sugerentes. Juan Pablo, Benedicto y ahora él, han visitado a Auschwitz, símbolo de la mayor de las barbaries: la tortura, la guerra y la muerte absurda. El mejor discurso, el silencio. En palabras de San Juan de la Cruz: el silencio sonoro, porque resuenan en nuestros oídos y en lo más profundo del corazón, el llamado, el grito, de que nada se logra con la violencia, pues ésta no es otra cosa sino el arma de los que no tienen razón.
Conservar para la memoria viva estos antros de locura colectiva, es una necesidad para que las generaciones que no vivieron en carne propia semejante holocausto tomen conciencia de lo que no debe ser. En nuestra cultura criolla actuamos al revés. Las cárceles que han sido escenarios dolorosos de barbarie y olvido del respeto a los derechos humanos, han sido destruidas y no queda ni rastro de ellos. La Rotunda, la Cárcel Modelo y tantas otras han desaparecido, pero no así las conductas y los nuevos lúgubres lugares de reclusión y tortura. Si no, por qué denominan La Tumba a uno de ellos, o el estado inhumano de todas las cárceles venezolanas. Los entendidos afirman que la conciencia colectiva de la valoración de los derechos humanos de una sociedad está en relación directa al estado de sus centros de reclusión. Son pudrideros y escuelas del resentimiento y preparación para ejercer con más saña la delincuencia o el odio a los demás. Mala cosa, pues el futuro puede estar plagado de destrucción y anarquía.
Es necesario que nos alejemos de los extremistas, los fanáticos irreductibles de izquierdas o de derechas, que los hay. La crisis global que vive nuestra patria requiere de sensatez y amor a la vida de todos para que no sigamos por este tobogán que nos puede llevar a un caos en el que nadie saldrá ganando, porque la historia nos enseña que de las guerras y los enfrentamientos entre hermanos sólo queda la desolación, las lágrimas y los resentimientos, que no son los mejores compañeros de camino para construir una sociedad en paz.
¿Qué pasa con la constitucionalidad, con la legalidad? ¿Por qué se conculca con argumentos banales construidos por leguleyos al servicio del poder? ¿Por qué exigimos una justicia a toda costa que deja de lado la capacidad de perdonar, de reencuentro, de sanación de heridas? La mayor parte de la población se declara creyente, católica. No puede ser una simple etiqueta para ir de vez en cuando a rezar. Estamos en el año del jubileo de la misericordia, no es un simple llamado sin trascendencia a que cambiemos nuestra manera de pensar y obrar.
El Papa acaba de pedir perdón por tanta crueldad. La conciencia del mal, del posible fracaso, que cada uno lleva dentro, se traduce en la vida del cristiano en lecciones de misericordia y de ayuda recíproca en el liberarse del mal. Los que gobiernan, los políticos, los que tienen alguna responsabilidad social, y el pueblo todo, tenemos la obligación de forzar una salida pacífica y consensuada a la crisis que vivimos. Somos capaces si sabemos actuar con coraje y constancia.
Vía El Universal