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Entre gol y gol, el Mundial venezolano es de crisis | Armando Martini

(A Todo Momento) — Entre gol y gol, el Mundial venezolano es de crisis | Por Armando Martini Pietri

Podría pensarse que este año pasaría lo mismo que cada cuatro con el Mundial de Fútbol, el país entra en modo pausa en todo lo que no se refiere al certamen deportivo, aparecen sabiondos pedantes y presumidos conocedores al detalle del juego y reglas del balompié, afloran fanatismos que nadie conocía, alegrías, decepciones, esperanzas, apuestas y hasta lágrimas inimaginables cuando se pierde o gana un partido.

Brotan emociones desbocadas, excedidas, gritos de turbación cuando hay gooool, gooooolaaaazzzoooo y los infaltables coños de por poquito, no puede ser, qué pasó, de asombro, tristeza y molestia cuando se falla. No pueden faltar los técnicos de barra, especialistas que critican todo y harían tal o cual cosa, en fin, situaciones que sorprenden, emboban a familiares y amigos, que desconocían comportamientos y aficiones.

La mayoría lo hemos experimentado en mundiales anteriores, los sitios más populares son, por un mes días más días menos, aquellos restaurantes, bares, tascas y cafetines que, inteligentemente, colocan grandes pantallas de televisores a la vista de sus clientes que los llenan desde más o menos una hora antes, hasta quién sabe cuánto tiempo después para comentar las incidencias, opiniones, arbitrajes contrarios, al ritmo de whisky, ron, cerveza, vino o un buen café en sus innumerables presentaciones con pasapalos, tequeños, cachitos y otras delicias.

En este Mundial Rusia 2018 las cosas son diferentes. No las discusiones, sino los sitios. No las controversias, sino las intensidades. Y las horas, porque por la ubicación rusa, siempre a contramano de Europa y América, los partidos se ven por estos lados temprano en la mañana, que no es hora de alcoholes, aunque sí de café y pastelitos. Con prudencia, porque ahora los hiperinflados precios lo hacen más difícil casi imposible.

En 2018 las incidencias del Mundial se discuten en las colas esperando para comprar lo poco que se puede adquirir si es que entre el salario mínimo integral y algunos de los bonos –dádivas– que el gobierno otorga y que cada día compran menos alcanza para unos pocos gramos de queso, jamón o mortadela, una lata de atún o de sardinas.

—En el régimen castro-madurista, cada 90 minutos de juego 4 venezolanos son asesinados, y más de 4 llegarán a Buenos Aires, muchos más a Colombia, huyendo de este desastre revolucionario, 4 pacientes morirán de cáncer por falta de tratamiento. En realidad, todo el día, la crisis se acentúa cortando la electricidad, el agua, Internet en lugares diversos del país, demostrando que la democracia de la incompetencia alcanza para todo, pero es una ayuda suicida porque levanta cada día nuevas polvaredas sociales envenenadas con furia y frustración, porque más rabia siempre es posible, aunque sienta uno que está ya saturado.

A la regencia madurista la indignación popular poco lo afecta, no porque no les preocupe, sino porque está tan rodeado de sí mismo que los sonidos de la calle le llegan lejanos, rumorosos, pero no atemorizantes.

Alguien, menos futbolístico y más políticamente ocupado, recuerda al presidente y sus jerarcas que su poder se basa en repartir lo repartible para poder alardear de preocuparse por el pueblo, y como lo único que les queda en las alcancías agotadas es la maquinita de imprimir billetes, lo hacen sin parar mientras anuncian bonos populistas con los más diversos motivos, unos hasta risibles por la extravagancia de sus justificaciones. Populismo puro y duro en su máxima expresión.

Bonos para los adultos mayores, adolescentes, niños, para los que vean el Mundial, los que aplaudan a Rusia, las madres primerizas, por cada hijo, por embarazo, carnavales, Semana Santa, por el final de las clases, vacaciones, o inicio de las próximas.

Por ir a votar, tirarse un pedo, por la Batalla de Carabobo –que lo más relevante que mostró el domingo fueron los uniformes e interminables condecoraciones de generales y almirantes que no han participado en más batallas que las de repartir legumbres, vegetales, comida a quienes bajen las cabezas, y las películas de guerra, además de prestar oídos firmes pero no tan crédulos al patriótico y encendido alerta del presidente sobre falsos positivos que preparan un abanico de traidores en Colombia para desestabilizar la paz de Venezuela, arenga parroquial a los mismos militares que ya empiezan a mirarlo como gallina que mira sal.

Se saben detestados por el pueblo, se conduelen de ser instrumentos de ambiciosos que esperan salgan a las calles a tomar el poder que después le entregarían a ellos y sigamos así en lo mismo de siempre, un grupito de aprovechados que dependen de los fusiles para disfrutar de privilegios, escoltas y camionetas blindadas.

La tradición mundialista venezolana ya no es igual que antes. Es un entusiasmo engatusado con café aguado y varias veces recalentado, arepas pequeñas y la tenue esperanza de que se termine de ir el exacerbado populista, prometedor de bonos y heroísmos de quincalla que aseguró que el problema del transporte público es tener o no buenos mecánicos –olvidando que a la mayoría de las “perreras” las arreglan sus dueños que conocen de viejas maquinarias.

Este año los venezolanos no discuten las ventajas o desventajas de tener a Cristiano Ronaldo, Lionel Messi, Andrés Guardado, Radamel Falcao, James Rodríguez en un equipo; solo comparan a ese Leo genial con el Barcelona e incompetente y apagado con la selección argentina que falló un penalti, con un gobierno hablador que falla día tras día sus pelotazos contra la hiperinflación, inseguridad, miseria y vergüenza venezolanas, a cuyos defensas y arqueros como la mayoría de los mandatarios del mundo le anotan goles o estrellan pelotas contra los palos del arco. Entre anotaciones, goles, misiones, bonos, el Mundial venezolano es de crisis.

Porque seguimos aguantando a quienes plantean patria pero que los venezolanos no creen y huyen en masa justificados en la búsqueda de una nación que les acobije, reciba, permita trabajar, comer y prosperar con la mínima dignidad.

@ArmandoMartini

El Nacional