(A Todo Momento) —Marxismo y religión | Por Antonio Sánchez García. “Concuerdo plenamente con mi maestro Jürgen Habermas: mientras no se hayan resuelto científicamente los grandes misterios que rodean la existencia del hombre y del universo, la religión seguirá siendo nuestra última frontera”
“La crítica de la ideología devora y se traga toda experiencia religiosa”
Jacob Taubes, La teología política de Pablo
En medio de la espeluznante devastación que aflige a los venezolanos bajo el imperio de la dictadura filo marxista que soportamos, cuando la celebración más importante de la cristiandad, a la que pertenecemos desde nuestro nacimiento como sociedad, nación y República –la natividad de Jesús–, se ve ensombrecida por la crisis humanitaria, el encarcelamiento a destajo por razones políticas, la miseria y la muerte, nos parece oportuno preguntarnos por el significado que tiene la religión, y en particular el cristianismo, para quienes han asaltado y usurpado todas las instituciones del Estado, con la notable excepción de nuestra principal iglesia, la católica, apostólica y romana.
¿Es concebible que devotos de las enseñanzas cristianas y creyentes en Dios procedan como proceden las pandillas gobernantes? ¿Se conviene el mensaje de Jesucristo de velar por la paz en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad con la mala voluntad expresa de quienes disponen del omnímodo poder de perseguirnos, hostilizarnos, reprimirnos, encarcelarnos y asesinarnos a discreción, como vienen demostrándolo desde hace dieciocho años? ¿Se corresponde una dictadura marxista, como aquel sistema con el que los gobernantes venezolanos se sienten identificados, con los ideales y enseñanzas cristianas?
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Hay, desde luego, una tradición política, ideológica e incluso religiosa –que alcanzara las máximas alturas del Vaticano con el argentino Jorge Alejandro Bergoglio y el llamado Papa Negro en la figura del también jesuita Arturo Sosa y todo lo que les rodea y representa– que no solo considera compatibles al marxismo con el cristianismo, sino que va incluso más allá, encontrando en la Iglesia primitiva los mismos rasgos y fundamentos socializantes, incluso comunistas originarios presentes en el cristianismo y sus evangelios. Lo cierto es que Marx, un judío alemán nacido y criado en una familia burguesa emancipada de los estrictos marcos religiosos de la tradición judaica, definió el divorcio ontológico entre el llamado “socialismo científico” y la religión, a la que sin mediar mayores consideraciones caracterizó en 1844 como el opio con que los burgueses y capitalistas opresores narcotizaban a los oprimidos. “La religión –escribió textualmente en su Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel– es el opio de los pueblos”.
Fue la estricta tradición impuesta por Lenin al advenimiento de la revolución comunista en Rusia, con la más feroz represión y el contumaz esfuerzo de erradicación de los profundos usos y costumbres religiosas del pueblo soviético con la iglesia ortodoxa rusa, consumados luego por Stalin, a pesar de haber sido educado en un seminario ortodoxo. ¿Quién no conoce la atroz persecución y aniquilamiento de la religión y los religiosos en todos los países satélites de la Unión Soviética, como Alemania, Polonia y Checoslovaquia? ¿Quién desconoce el aplastamiento de los católicos y protestantes en Cuba? ¿Quién carece de información sobre la profunda enemistad de la Iglesia católica venezolana, el clero, sus máximas autoridades y sus fieles con la dictadura de Hugo Chávez y Nicolás Maduro?
Deben señalarse los esfuerzos por dotar al marxismo de una suerte de teología y emparentarlo con el judaísmo, el protestantismo y el catolicismo tras los esfuerzos mesiánicos de sus pensadores escatológicos, como los judíos alemanes Ernst Bloch –El principio esperanza– y Walter Benjamin, en toda su obra ensayística, ese teólogo descreído, como lo llamara su amigo el judío practicante Gershom Scholem, gran especialista en la Cábala y la mística judía.
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Jacob Taubes, uno de los más grandes pensadores de la religión en la Alemania de la posguerra, a quien conociera en el Instituto para el Estudio de las Ciencias de las Religiones en el que realizara mis estudios de doctorado, en la Universidad Libre de Berlín Occidental, profundo conocedor de la obra del constitucionalista alemán Carl Schmitt, a pesar de su practicante judaísmo, lo dijo en un extraordinario seminario que dictó poco antes de su temprana muerte, publicado luego bajo el título de La teología política de Pablo: “No me gustaba el tono místico de su marxismo –se refiere a Ernst Bloch y a Walter Benjamin– porque respeto demasiado el sistema de coordenadas marxistas, dentro del cual, en mi opinión, no queda lugar alguno para la experiencia religiosa. La crítica de la ideología devora y se traga toda sustancia religiosa… Claro que comprendo lo que pretenden Ernst Bloch y Walter Benjamin: en planos de trivialización, se está repitiendo en la izquierda católica y la izquierda protestante y es lo que resuena hoy en el cristianismo de la iglesia popular latinoamericana. … Pero a pesar de cuanto esfuerzo espiritual hacen Ernst Bloch y Walter Benjamin en los terrenos del concepto y la imagen, sigue quedando un hiato que no cabe superar marxistamente”.
Tras setenta años del más implacable y devastador esfuerzo vivido por la humanidad para imponer un régimen comunista y ateo contra natura en la Unión Soviética, con lavados de cerebro que costaron la friolera de entre 80 y 100 millones de cadáveres, no solo revivió la Iglesia ortodoxa de sus ruinas. Los leninistas no encontraron otra manera que intentar perpetuar su nombre que vinculándolo a una nueva secta religiosa: el cristiano leninismo. Concuerdo plenamente con mi maestro Jürgen Habermas: mientras no se hayan resuelto científicamente los grandes misterios que rodean la existencia del hombre y del universo, la religión seguirá siendo nuestra última frontera.