Por: Beatriz de Majo C.
Poco importa que los defensores de la naturaleza hayan señalado reiteradamente el drama mundial que reviste la merma significativa de la población africana de elefantes. La talla del marfil es un arte en el que China mantiene la primacía mundial y sus autoridades han sido tradicionalmente insensibles a los requerimientos formales planteados por las organizaciones de preservación del ambiente.
El apetito de los chinos por los colmillos de marfil ha acabado con cerca de 144.000 elefantes africanos en los últimos 7 años a pesar de que desde 1989 existe una prohibición mundial de comerciar con dientes de elefantes que hayan sido sacrificados para este fin. Las autoridades del país han querido sortear el problema y lavarse la cara internacionalmente estableciendo precarias licencias para diferenciar a los comerciantes legales de los ilegales.
Ello no ha tenido efecto ninguno y, con el correr del tiempo, el mercado está tendiendo a desarrollarse de manera subterránea. El costo de un kilo de marfil proveniente de colmillos de elefantes, lo que hace cincuenta años era de $7, en el momento actual ha ascendido hasta $1.100. La promoción del uso de marfil proveniente de los mamuts siberianos no ha conseguido calar por lo complejo y costoso de su búsqueda.
Así las cosas, la entronización de un poderoso mercado negro se ha convertido en el ambiente dentro del cual el comercio clandestino se desarrolla con un lucro creciente para los comerciantes.
Las sociedades defensoras de los elefantes han conseguido finalmente sensibilizar, a favor de su cruzada, al propio presidente chino Xi Jinping. El jefe del gobierno chino, sin embargo, navega en contra de la corriente, ya que los artistas talladores han hecho un llamado a la defensa del patrimonio cultural del país y piden considerar las tallas de marfil, trabajos artesanales de gran valía provenientes de las ancestrales artes imperiales.
Así pues, Xi se maneja entre dos aguas igualmente turbulentas. Si promueve el cumplimiento estricto de la veda requerirá de un sistema de supervisión con el que no cuenta. El efecto residual sería un malestar creciente de los defensores del legado cultural de la nación, un tema sagrado para sus compatriotas. El problema planteado es el de resolver lo que es prioritario desde el punto de vista del desarrollo, si la preservación de los intangibles valores culturales o impedir la extinción de una especie animal.