(A Todo Momento) — El carnet de la patria ha sido objeto de numerosas críticas, justificadas todas, pero quizá exageradas si se considera la influencia que ha ejercido en la sociedad para beneficio de la dictadura. Los resultados de las elecciones municipales ponen en tela de juicio la profundidad de dicha influencia, si se observan las informaciones sobre la abrumadora abstención de los votantes.
La dictadura controló las elecciones, como sabían hasta las piedras en la víspera electoral, pero no puede ufanarse de la férrea hegemonía que reafirmó en forma incuestionable. Logró o impuso el triunfo en la inmensa mayoría de los municipios, pero fue un triunfo cuestionado por el desierto que debió trasegar para llevarlo a cabo.
Las filas de votantes rojos rojitos brillaron por su ausencia. Su gente no votó, esa gente sujeta a las verificaciones del carnet de la patria que reforzaría la fidelidad perruna del organismo electoral a la hora de permitir ilegalidades para apuntalar las ventajas del oficialismo.
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El trabajo del carnet de la patria consistía en verificar la presencia de las multitudes que supuestamente se aprovechan de sus beneficios, es decir, en cobrar de mala manera los supuestos favores que se les dan en alimentos y artículos de higiene a los sectores desposeídos de la sociedad.
Allí estuvieron los empleados de Freddy Bernal, jefe de la carnetización y zar de los CLAP, solícitos en extremo, despiertos desde la madrugada cerca de las mesas de votación, pidiendo cédulas y, después, corroborando que se había cumplido el mandato de votar por los candidatos del PSUV.
Es evidente que se ejerció así un ventajismo escandaloso, una presión grosera y antirrepublicana, pero ahora solo se trata de ver cómo fracasó en su plan de convertir en respaldo incuestionable el apoyo obligado de los electores.
La abstención fue el rasgo predominante de las elecciones municipales. Reinó una aplastante indiferencia que no solo perjudicó los planes de la oposición, sino también las expectativas de la dictadura en el área de los espaldarazos electorales.
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Maduro no solo necesitaba arrasar en las alcaldías, sino igualmente demostrar un apoyo popular capaz de asegurar su continuismo. Logró lo primero, como se esperaba, debido a un ventajismo escandaloso, a la complicidad de las siervas del CNE y también por los desaciertos de la oposición; pero falló en lo segundo: las multitudes que anhelaba lo dejaron íngrimo.
El carnet de la patria le llenaría las urnas y facilitaría imágenes extraordinarias de la concurrencia, fotos históricas de filas inmensas de votantes, pero los camarógrafos de VTV se quedaron con las ganas: no podían hacer tomas de paisajes desolados.
El tema necesita mayores comentarios, pero ahora apenas se ha tratado de juzgar la efectividad del carnet de la patria como ejercicio de presión política sobre las masas más necesitadas de la población. Si no ha funcionado en los hechos salvo como débil paliativo de las necesidades del pueblo, difícilmente puede multiplicar los votos. Si no hay arepa, no puede haber bozal de arepa.