(A Todo Momento) — Cuando el timonel es malo el barco da bandazos | Por Armando Martini
Y es así como va el país, de banda a banda, dando tumbos y a los trancazos, una nación que clama por soberanía cuando ni siquiera sus propios soberanos son confiables, que juega con el símbolo monetario ignorantes de las finanzas, como un Midas al revés convierte en basura lo que toca.
Da vergüenza ajena escuchar a dirigentes oficialistas mintiendo descarados, con desagradables sonrisas e insípidas ironías, además de los chistecitos en rincón de borrachos vomitivos y malolientes, sobre tragedias, que conocemos y padecemos a diario menos los jefes oficialistas, porque desde el interior de camionetas blindadas, aire acondicionado y vidrios oscuros nada se ve, nada se oye.
Es así como adelanta y retrocede cada día Venezuela, una revolución de apariencia y falsedades, promesas que se olvidan y reciclan, funcionarios que no tienen idea de lo que deben hacer en sus cargos, de triunfos prometidos que se convierten en derrotas por ineptitud, llamados hipócritas a los bandidos que sustraen el tesoro nacional para que eviten la corrupción que campea impune, alegre y generalizada, que no solo encarece obras y compromisos, sino que además ni siquiera se construyen.
Dos han sido los grandes timoneles de esta infame revolución de trágica y siniestra comiquita, que han ido de malo a peor, de indocto con simpatía a ignorancia sin encanto, de un gobierno derrochador y creyente en que endeudarse más allá de la capacidad de pago era una forma de diplomacia revolucionaria, a su relevo que despilfarra lo que no tiene y cree que la diplomacia rebelde es negar verdades y acusar a los demás por pecados propios.
Fuimos una vez un país rico con mala distribución de la riqueza que nos puso Dios en tierras extensas, y ahora no somos más que un pobre territorio que echó a la basura sus patrimonios naturales y complejos industriales que las extraían, procesaban y vendían para que nos sintiéramos opulentos, y solo tenemos palabras vacías e industrias colapsadas.
Somos un Estado cada día más opresor, controlador y militarizado, menos productivo, infecundo y desolado. Tenemos un régimen que con cinismo impúdico afirma que no existe un éxodo masivo de ciudadanos desencantados y hartos de esperar, temerosos de un futuro que se ve más oscuro a medida que transcurre el tiempo, como si esa huida no fuera ya tan grande, diaria e intensa que se ha convertido en escándalo mundial y creciente problemática para los países a donde escapan en busca de oportunidad para vivir razonablemente bien con cualquier trabajo que puedan conseguir.
El barco da bandazos a diestra y siniestra, oscila y no es por el mar agitado sino porque el timonel no sabe qué ni cómo hacer. Ya va siendo hora de que releven a quienes comandan la nave, el mar está trémulo y crispado, se requieren manos expertas. No hablamos de golpes de Estado ni de asonadas, nos referimos a la solución de esta crisis institucional, humanitaria, social, política y económica es tener un Estado confiable a lo interno y externo.
Con ayuda de instituciones financieras internacionales y nuestra capacidad productiva corregiremos los desequilibrios macroeconómicos, aumentaremos la producción y se apoyará a la población vulnerable a superar –no con dadivas ni limosnas sino con herramientas y educación– los niveles de pobreza y desnutrición generados por la corrupción, indolencia e incapacidad de este régimen.
Los pesimistas expresan que se necesitará mucho tiempo para poner en marcha el país. Pero cuando se reestablezca la democracia y seamos libres trabajaremos con apoyos del mundo, recursos propios y talento nacional con la capacidad para recuperar a Venezuela, mucho más pronto de lo que se imaginan.
A los venezolanos con voluntad sincera de cambio y conocimiento de aplicar los cada día más necesarios y duros ajustes, mujeres y hombres que no busquen excusas ni inventen hipocresías, sino que realmente estén dispuestos a marcar el rumbo correcto, adecuado, a un horizonte verdadero, un guía experto de principios éticos, valores morales y la verdad por delante, de cara al viento sin vacilaciones ni ambigüedades, coherentes, auténticos y valientes, tienen una tarea impostergable, porque la embarcación de nombre Venezuela se está haciendo pedazos.