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De verdades inconvenientes a mentiras piadosas por Marcos peñaloza

(Redacción A Todo Momento) Estando el libertador Simón Bolívar en el cuartel general de Carora, el 19 de agosto de 1821, le escribe a Francisco de Paula Santander, vicepresidente del Departamento de Cundinamarca. Al final de la carta, Bolívar le dice: «(…) Venezuela entera es la imagen de una vasta desolación; más como es la Libia, donde no hay ni aun agua que alimente a los seres vivientes. Un verano de dos años ha hecho más inhabitable aquel desierto» (cursivas mías). No lo sé, pero esta declaración puede ser la única información climática que jamás, sin saberlo obviamente, haya dado El Libertador en toda su correspondencia sobre el ya famoso y conocido fenómeno de El Niño el cual impactó a Venezuela durante la guerra de la independencia, al menos, ese año. La carta en referencia se encuentra en Cartas Santander – Bolívar 1820-1822, tomo III (Biblioteca de la Presidencia de la República / Administración Virgilio Barco / Colombia, Bogotá, 1988; Fundación para la conservación del natalicio y el sesquicentenario de la muerte del general Francisco de Paula Santander); pp. 137-138.

No me imagino a Bolívar echándole la culpa a esa sequía, o a El Niño (si lo hubiera conocido), o a Estados Unidos, etc., si hubiera perdido la batalla de Carabobo el 24 de junio de ese año, cosa, que con seguridad, sí hubieran hecho los chavistas en caso de que les hubiera tocado enfrentar esa contienda y salir derrotados. Es probable que la batalla de Carabobo se haya luchado bajo un tiempo atmosférico influenciado por El Niño.

Considerada como la primera cronología sobre este fenómeno, jamás dada a conocer en la historia de la climatología, Víctor Eguigúren (1852-1919) publicó en diciembre de 1894, en el tomo 4 del Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, un cuadro relativo a las lluvias caídas entre 1791 y 1890; esta primera cronología está contenida en un artículo de su autoría titulado “Las lluvias en Piura” (Perú). Se puede observar en ese cuadro que el año de 1821 fue de moderadas lluvias en esa región peruana, normalmente seca.

Investigaciones históricas posteriores, realizadas tanto por Luc Ortlieb & Anne-Marie Hocquenghe, publicadas en El Niño en América Latina: Impactos Biológicos y Sociales (J. Tarazona, W.E. Arntz & E. Castillo de Maruenda, edits. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, Lima, 2001; pp. 361-379), bajo el título “Reconstrucción del registro histórico de eventos El Niño en el Perú: Un estado de avance”, así como también por K. Arteaga, P. Tutasi & R. Jiménez, publicadas en Advances in Geosciences (Vol. 6, 2006; pp. 237-241), bajo el título “Climatic variability related to El Niño in Ecuador – A historical background”, revelan que, efectivamente, en 1821 El Niño impactó tanto el norte de Perú como el sur del Ecuador y, por tele-conexión atmosférica a Venezuela, dándole a Bolívar, por la vía de su testimonio a Santander, el carácter de testigo de excepción en la historia de la climatología venezolana.

Pero antes de la independencia, huellas de El Niño en Venezuela se pueden rastrear en documentos coloniales. Por ejemplo, en una carta fechada el 13 de septiembre de 1750 en la isla de Margarita, firmada por el gobernador interino, Don Francisco González, se lee (con dificultad para mí, no-especialista en paleografía) al inicio (con caligrafía de la época) que: «Muy señor nuestro. Despues (sic) de haber padecido esta desdichada isla de quatro años de seca (sic) precisados a mendigar de fuerza, su substento (sic) con poco o ningún dinero con que conservarlo por la falta, de situados se haya oy (sic) amenazada, y llenos de temor sus moradores de que resulten viruelas peligrosas (…)» (cursivas mías). Este documento reposa en el Archivo General de Indias (AGI, Sevilla) en el legajo 612, Santo Domingo (copia digital, cortesía de Rogelio Alter y Esther González). La antropóloga Andrea Noria, en ponencia titulada “Desastres en La Margarita. Epidemias y sequías durante la época colonial (1747-1751)”, presentada en el III Congreso Nacional de Antropología (Universidad del Zulia, Maracaibo, noviembre 2013), al citar esta carta, asocia esta sequía de cuatro años a consecuencias de El Niño ocurrido en el bienio 1747-1748. Efectivamente, de acuerdo a William H. Quinn, Victor T. Neal & Santiago E. Antunez de Mayolo, en su muy citado trabajo “El Niño occurrence over the past four and a half centuries”, publicado en Journal of Geophysical Research (Vol. 92, Nº C13, 1987; pp. 14449-14461), este evento de El Niño ocurrió y lo califican de fuerte. En esto coinciden Ortlieb & Hocquenghem en su trabajo arriba citado, así como también Arteaga y colaboradores quienes sostienen que éste, en Ecuador, fue fuerte.

Otro ejemplo de El Niño en la Venezuela colonial, nos lo proporciona Sherry Johnson, para la fecha en la Universidad Internacional de la Florida (Miami). En su extenso trabajo “El Niño, environmental crisis, and the emergence of alternative markets in the Hispanic Caribbean, 1760s-70s”, publicado en William and Mary Quarterly (Vol. LXII, Nº 3, 2005; pp. 365-410), Johnson cita una carta del consejo municipal de Cumaná, fechada el 1ro. de febrero de 1770, al Consejo de Indias en Santo Domingo, solicitando desesperadamente permiso al Capitán General para recibir ayuda de la isla de Martinica y satisfacer las necesidades más urgentes. Esta carta reposa en el AGI, legajo 2515, Santo Domingo (no hemos tenido todavía acceso a ella). Igualmente, en ese trabajo, Johnson refiere la Compañía Gaditana de Negros, de nombre original Asiento de Negros (o simplemente Asiento), encargada del tráfico de esclavos negros a Hispanoamérica. Dice esta autora que por 1773 los representantes del Asiento en Venezuela, reportaron falla de las cosechas en el país por esa época. La información se extrae de la carta de Goicoa al Consejo de Indias, Madrid, 20 de diciembre 1773, cuyo original reposa en el AGI, legajo 2516, Santo Domingo (y que todavía no hemos podido ver). Estos eventos son asociados, en esta investigación de Johnson, a la influencia del fenómeno de El Niño y de La Niña, respectivamente. De acuerdo a la cronología publicada por Joëlle L. Gergis & Anthony M. Fowler, bajo el título “A history of ENSO events since A.D. 1525: Implications for future climate change”, en Climatic Change (Vol. 92, 2009; pp. 343-387), un año El Niño muy fuerte ocurrió en 1770, y un año La Niña débil se presentó en 1773.

A finales del siglo 19, El Niño se identifica inicialmente como un fenómeno de carácter regional en el cual una contra-corriente de aguas cálidas, en el océano Pacífico tropical, corre en sentido norte-sur, paralela a las costas del sur de Ecuador y norte de Perú. Es reportada como tal por pescadores locales a miembros de la Sociedad Geográfica de Lima, quienes informan, en 1892 y 1894 (en Londres), que aquellos la denominan, folclóricamente, como corriente de El Niño, dado que aparece en diciembre para persistir en los meses subsiguientes (normalmente no más allá de marzo o abril). Los miembros de esta sociedad, sospechan una vinculación física directa entre esta corriente cálida y condiciones atmosféricas coincidentes, caracterizadas por fuerte pluviosidad en áreas (sobre todo con el episodio Niño de 1891), normalmente secas (en ausencia de la mencionada contra-corriente), pero en presencia de la corriente fría que sube del sur denominada corriente del Perú o de Humboldt.

El Niño de 1911 y 1912, evento calificado por Quinn y colaboradores como fuerte, hizo pensar, por primera vez, a José Antonio de Lavalle y García (1888-1957), en su trabajo publicado en Memoria de la Compañía Administradora del Guano (Lima, 1912, Nº 3; pp. 51-56), que la causa de la gran mortandad de aves productoras de guano, en las costas peruanas, y su migración a otras islas, era debida a la contra-corriente de El Niño la cual, por ser cálida, ahuyenta a las anchoas, principal alimento de estas aves. Coincidente con esto, una fuerte sequía se abatió contra Venezuela y, en especial, contra la península de Paraguaná, como lo relata la antropóloga María Victoria Padilla en su libro El año del hambre- La sequía y el desastre de 1912 en Paraguaná (Gob. Edo. Falcón/Incudef, 2012). Padilla atribuye correctamente estos hechos a los efectos de este fenómeno sobre esta región de Venezuela, en los que mueren cerca de 2000 personas por la sequía y el hambre, y que dio presuntamente origen a la famosa leyenda de las ánimas del Guasare. En el desastre del Titanic también en 1912, perecieron unas 1500 personas y esto lo supo todo el mundo, pero esta tragedia de Paraguaná fue ignorada por el dictador Gómez y pasó desapercibida para el público, como nos lo relata Padilla.

Posteriormente, en el bienio 1925-1926, un episodio extraordinario de El Niño golpeó a Perú, con especial énfasis en el Departamento de la Libertad. Durante este episodio, se hicieron las primeras mediciones meteorológicas y oceanográficas jamás hechas a un fenómeno como estos. En Venezuela, ese episodio impactó severamente el sur del país, como lo relata Ernesto Sifontes (1881-1959), quien sin saber que era El Niño, relata en su publicación de 1929, titulada Venezuela Meteorológica (Imprenta el Cojo, Caracas) que «En el año 1926 (…) se verificó en todo el país el grandioso fenómeno de ‘la humareda’, especie de niebla seca que todo lo cubrió, del Norte al Sur y Este al Oeste. Las regiones bajas de menos de cien ms. (sic) de altitud estuvieron envueltas por densos vapores desde el mes de marzo hasta el fin de mayo; y era tal la intensidad del fenómeno que el Sol no era visible sino a la manera de una enorme bola roja, despojado de todo rayo luminoso agresivo, tal como se le ve en las regiones árticas. (…). Este interesantísimo fenómeno tropical fue la consecuencia del terrible ‘verano’ que hubo en 1925 y que duró hasta junio de 1926, en cuya fecha finalizó con la caída de los primeros aguaceros (…)».

Ricardo Alfonso Rojas, en su trabajo El Invierno en Caracas, de 1926 (Litografía y Tipografía Vargas. Caracas), reproducido en el Boletín de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat (junio 2001; pp. 215-248), en su primer párrafo, dice «(…) vamos a referirnos a la época del año que entre nosotros comprende los meses de mayo a octubre, ambos inclusive, época que ha venido prestándose de manera tan mezquina e irregular que la historia meteorológica de Caracas no registra un año de mayor sequía que la correspondiente a 1925».

Previamente, en el bienio 1923-24, un fenómeno atmosférico, aparentemente sin relación alguna con esta contracorriente marina, fue identificado por Gilbert Walker cuando estudiaba el colapso de los monzones en la India. Conocida como Oscilación Sur (OS), Walker encuentra que, en términos generales, una fluctuación irregular cuando la presión es alta en el océano Pacífico (centrado en la Isla de Pascua), ésta tiende a ser baja sobre Indonesia y el norte de Australia, y viceversa. Para cuantificar el fenómeno, Walker definió el índice de Oscilación Sur (OS) como la diferencia entre la primera y la segunda. Si es positiva, los vientos alisios soplan de este a oeste; si ésta es negativa, estos vientos colapsan e invierten sus sentido, soplando al revés, de oeste a este, o sea, hacia la costa suramericana tropical. Fue Jacob Bjerknes quien en 1966, trabajando en la Universidad de California – Los Ángeles, mostró que el calentamiento anómalo del Pacífico tropical está asociado a la OS. De ahí que el fenómeno de El Niño se conozca también como El Niño – Oscilación Sur (ENOS). Recomendamos al lector el artículo de Colin S. Ramage titulado “El Niño”, publicado en Investigación y Ciencia (Nº 119, agosto de 1986; pp. 40-48) para mayores detalles sobre el fenómeno.

Es interesante observar como el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, “cuando era feliz e indocumentado”, viviendo en Caracas en 1958 y trabajando en la ya desaparecida revista caraqueña Momento, reporta una fuerte sequía en esa capital por el mes de junio de ese año en dramática crónica titulada Caracas sin Agua (pp. 40-45). Era El Niño el culpable y esto, todavía, no se sabía. En alguna parte de su artículo, se lee que «La capacidad normal del dique de La Mariposa, que surte de agua a caracas es de 9.500.000 metros cúbicos. En esa fecha a pesar de las reiteradas recomendaciones del INOS para que se economizara el agua, las reservas estaban reducidas a 5.221.854 metros cúbicos. Un meteorólogo declaró a la prensa, en una entrevista no oficial que no llovería antes de junio. Pocas semanas después el suministro de agua se redujo a una cuota que era ya inquietante, a pesar de que la población no le dio la debida importancia: 130.000 metros cúbicos diarios».

Recuerdo, siendo un niño y viviendo muy cerca del teleférico caraqueño, cómo los aviones cisternas dejaban caer su carga de agua para apagar los incendios forestales del entonces parque nacional El Ávila. También recuerdo las noticias sobre la “siembra” de nubes para hacer llover, etc. El artículo de García Márquez (sin las fotos) fue compilado en su obra Cuando era feliz e indocumentado (Ed. El Ojo del Camello. Caracas, 1973; pp. 103-110) y reproducido recientemente en 70 Años de Crónicas en Venezuela, Tomo 1 (P. Llorens & F. Suniaga), 2015; pp. 27-32.

Con los anteriores ejemplos históricos, y con los estudios científicos contemporáneos, se demuestra cómo un evento climatológico de tan amplia escala global (macro-escala), que comenzó a ser observado en las costas peruanas-ecuatorianas a finales del siglo 19, y de una manera parcial, afecta, vía tele-conexión atmosférica (Oscilación Sur), al territorio venezolano a través de fuertes y prolongadas sequías y temperaturas elevadas fuera de rango.

Con motivo del reciente El Niño 2014-2016, el fenómeno vuelve a la palestra pública y política. Los medios de comunicación audiovisuales, impresos y digitales se hacen eco de los problemas que causas [sequías (meteorológicas, hidrológicas, etc), calor, incendios forestales, apagones por falta de generación hidroeléctrica, etc)]. Y ciertas verdades inconvenientes y mentiras piadosas vuelven a surgir (como sucedió con El Niño de 2010). Aparte de la clara y descarada manipulación política del chavismo-madurismo de echarle la culpa a El Niño de la crisis eléctrica nacional, también hay cierta manipulación malintencionada para desprestigiar no sé a quién [¿la Escuela de Geografía de la Universidad de los Andes-Mérida?) y desinformar a la opinión pública.

En el sitio Comunicación Continua encontramos una nota (fechada el 7 de marzo de 2016) titulada Aclaratoria de la Asociación de Geógrafos de la ULA sobre el fenómeno de “El Niño” [reproducida por La Patilla (29 de abril de 2016): Geógrafos desmienten la teoría del Gobierno sobre el “El Niño” y la crisis eléctrica]. Del sitio original leemos, en el primer párrafo, «Los Geógrafos egresados de la ULA Mérida, año 1986, quieren aclarar al pueblo venezolano el error que, irresponsablemente, difunde el Gobierno sobre el fenómeno de “El Niño” el cual supuestamente ocasiona la sequía en Venezuela. No es posible que los profesionales que hemos cursado materias tales como: Meteorología, Climatología, Hidrología, Geografía Física, Biogeografía, Estudios Regionales, entre otras, aceptemos tal hipótesis, ya que dicha situación o hecho geográfico, nunca un “fenómeno”, pueda originar la sequía en Venezuela, siendo que se origina en el Océano Pacífico, mientras que Venezuela tiene fachada litoral, por el Mar Caribe y está en el área de influencia directa del Océano Atlántico».

Para 1986, o antes, el tema del fenómeno de El Niño no formaba parte de ningún curso del pensum de Geografía de la ULA. Los antecedentes más antiguos sobre estudios de los efectos de El Niño en Venezuela, se remontan a 1992 cuando la Electricidad del Caroní (EDELCA) inició las investigaciones relacionadas con la influencia de este fenómeno sobre la cuenca del río Caroní, como lo reporta la publicación de 2000 de la Corporación Andina de Fomento (CAF) titulada Las Lecciones de El Niño – Venezuela (p. 26). Por ese mismo año, L.F. García & E. Martiena, del Departamento de Alerta contra Inundaciones y Sequías del antiguo Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales Renovables (MARNR), publicaban quizá el primer documento, que daba a conocer a Venezuela el fenómeno, titulado El Niño Oscilación Sur (ENSO) (22 pp.). Por lo tanto se pone en duda o es falso que sean los geógrafos egresados de la ULA en 1986 los que hayan hecho esa declaración. Probablemente, esos geógrafos, cada quien por su lado, hayan estudiado El Niño a posteriori, pero eso no quiere decir que se hayan puesto de acuerdo hoy día para publicar la nota.

El autor o autores anónimos de la nota en cuestión confunden lo que es la manifestación oceánica del fenómeno (contra-corriente de El Niño), lo cual ocurre en el Pacífico tropical oriental (frente a Perú y Ecuador), con la manifestación atmosférica (Oscilación Sur) con amplia tele-conexión a escala global e incidencia en Venezuela, y que ocasiona sequías anómalas en nuestro país por medio de la afectación de la zona de convergencia inter-tropical (ZCIT). En otras palabras, el hecho de que Venezuela tenga fachada litoral al mar Caribe y, por lo tanto, al océano Atlántico, y no al Pacífico, no quieres decir que El Niño, vía Oscilación Sur, no nos afecte. Por lo tanto, lo dicho por estos “geógrafos” al respecto es falso.

En el segundo párrafo, se lee que: «Por ello, tanto “El Niño”, como “La Niña”, producidos en el Océano Pacífico, con efectos directos de sequías extremas y precipitaciones extremas, en su zona de influencia, están plenamente explicadas desde hace más de 15000 años por los peruanos. Venezuela no tiene estaciones, como otros países, debido a su situación astronómica intertropical, entonces solo se observan periodos, o temporadas de sequía y de precipitaciones, desde finales de abril hasta el mes de octubre. Insisto, son periodos normales».

Los presuntos “geógrafos” tratan de probar que El Niño no tiene influencia sobre Venezuela, porque simplemente las sequías se deben a la temporada seca que se presenta normalmente entre noviembre y marzo. La investigación histórica y científica indica que durante un evento Niño, la temporada seca es más extrema y se prolonga extra-limitadamente en el tiempo. Con lo inverso, o sea, con la Niña, ocurre lo mismo con las lluvias. Si bien es cierto que El Niño es un fenómeno de muy vieja data (paleo-Niño), como lo muestran las investigaciones arqueológicas y geológicas (estratigrafía) en Perú, no es cierto o es falso que la temporada de sequía en Venezuela se deba única y exclusivamente a otras razones. El Niño contribuye a remarcarlas más y a producirlas cuando no deberían estar presentes.

El tercer párrafo es aun más dramático en ignorancia: «Lo anormal es observar nevadas durante los meses de sequía, tales como las producidas durante el mes de enero de este año 2016, en el sector del páramo de Piedras Blancas y Mifafi en el estado Mérida. O que ocurran huracanes antes del mes de junio en el Mar Caribe. Creo necesario, insisto, en que se debe aclarar ante el pueblo venezolano que la influencia de “El Niño”, no es tal para Venezuela y que lo que si puede explicar la sequía de estos años es ocasionado por la desforestación de grandes superficies de árboles en las cuencas hidrográficas de la zona amazónica, en los llanos venezolanos y en los andes (sic), lo que está coadyuvando a alterar los patrones de vientos húmedos, provenientes del sur del país».

Lo que el autor o autores (usurpadores) de la nota ignoran es que las sequías extremas en Venezuela, de que se tengan conocimiento, se remontan al siglo 16 según lo reporta Marco-Aurelio Vila en su libro de 1975 Las Sequías en Venezuela (Fondo Editorial Común, Caracas; 175 pp). Nuestra propia investigación histórica revela que muchas de esas sequías extremas, reportadas por Vila, y también por Eduardo Röhl, en su trabajo “Los veranos ruinosos de Venezuela”, publicado en el Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Caracas), Año XIV – Tomo XI, Nº 32, enero-febrero de 1948, pp. 427-447, en los siglos 16, 17, 18, 19 y 20, fueron producidas por El Niño; es obvio, entonces, que para aquellos años no había desforestación de grandes superficies de árboles en las cuencas de la zona amazónica ni en los llanos venezolanos ni en los Andes. Entonces, ¿qué causó tales sequías extremas del pasado colonial y republicano de Venezuela?

En el penúltimo párrafo, leemos: «Si no hay vegetación de selva, no hay evapotranspiración que aporte humedad atmosférica, entonces el ciclo hidrológico se va alterando a tal punto que no hay suficiente humedad atmosférica para condensar y precipitar en forma líquida de lluvias, granizo, o nieve, en el norte de Venezuela. Muchas gracias».

Aquí, la sentencia anterior, lleva al lector a una grave confusión ya que pareciera ser que hay una intención deliberada de mezclar los diferentes tipos de sequía que se consideran, a saber: sequía meteorológica, sequía agrícola, sequía hidrológica, etc. La sequía a la que se refiere El Niño es a la primera, independiente de la vegetación de selva, bosques, etc., y que significa déficit pluviométrico, disminución de nubosidad, aumento de la insolación, aumento de la temperatura, disminución de la humedad, etc. Con sequía meteorológica hay reducción de infiltración y menor recarga de aguas subterráneas, y aumenta la evapotranspiración. Estos tres últimos factores generan la sequía agrícola caracterizada por déficit hídrico en suelos y sub-suelos, déficit hídrico en la vegetación, reducción de biomasa y pérdidas de cosechas. Los dos primeros factores de la sequía meteorológica, y la sequía agrícola en pleno, generan la sequía hidrológica (menor caudal de ríos y disminución de lagos, embalses, etc.). De acuerdo a esta clasificación, la eliminación artificial de foresta, favorece la sequía agrícola y, por ende, la sequía hidrológica, pero no afecta la sequía meteorológica. Además, se confunde la evapotranspiración con el índice hídrico que es el que interviene en el ciclo climático anual. En consecuencia, la afirmación hecha al final del tercer párrafo de que la desforestación altera los patrones de vientos húmedos provenientes del sur del país, no es cierta.

En palabras llanas y sencillas, los bosques no tienen acción directa sobre las lluvias (y los vientos), pero sí tiene acción directa sobre la conservación de las cuencas; por lo tanto, el penúltimo párrafo es falso. Adicionalmente, en el norte de Venezuela no cae nieve. Sorpresivamente, este párrafo concluye despidiendo con «muchas gracias», toda vez que a continuación viene, en realidad, el último que textualmente dice así:

«Entonces dejemos en claro que, éste Régimen Comunistoide (sic) se escuda detrás del NIÑO, para tapar su mala praxis gubernamental y Traición a La Patria cuando ha entregado grandes concesiones a los chinos y bielorusos la amazónica, envenenando las cuencas de los ríos con el mercurio, elemento altamente tóxico para la vida y que utilizan para el explote de los yacimientos aurífero, pero lo que realmente buscan, es uranio. Éste es un gobierno que impúdicamente comete delitos de Lesa Humanidad (sic)».

El régimen comunistoide y dictatorial del gobierno castro-chavista-madurista actual es acusado de lo que expresa este último párrafo y es culpable de lo que pase con eso; esto es una verdad incómoda para oficialismo, pero ¿qué tiene que ver el fenómeno de El Niño con esas concesiones? No lo entendemos. Pero está claro que la nota, sobre la base de mentiras climáticas “piadosas” (o tal vez ignorancia per se), ataca al gobierno desmintiendo lo que éste dice sobre El Niño, de que este fenómeno es el culpable, vía sequía, de la crisis eléctrica del país.

El 26 de mayo de 2016, El Carabobeño (digital), de Valencia, publica declaraciones de un investigador y docente de la Universidad de Carabobo contentivas de la misma confusión, pero cuya intención central fue la de desmentir al gobierno con relación a la crisis de la represa del Guri. Posiblemente esta declaración se basó en o se hizo eco de la nota publicada en Comunicación Continua o en La Patilla.

Sin embargo, no todo lo que sale en los medios es información manipulada. El diario Versión Final, de Maracaibo, en su principal titular de la primera plana, del 12 de julio de 2015, dice «”El Niño” trae la peor sequía en 30 años» y, debajo, agrega el sub-título: «Desde el Observatorio Latinoamericano de Eventos Extraordinarios, coordinado por el Centro de Modelado (sic) Científico de la Universidad del Zulia, lanzan un alerta sobre los bajos niveles de lluvia para los mese de julio, agosto y septiembre». Y un segundo sub-título dice: «Proyectan que el caluroso trimestre requerirá del mayor esfuerzo gubernamental para detener un nuevo colapso del Sistema Eléctrico Nacional. La probabilidad de que el fenómeno arrecie hasta diciembre es de 80 por ciento».

Es obvio que la ciencia va por un camino y, el gobierno castro-chavista-madurista va por otro. Es evidente, y vox populi, que este gobierno le echa la culpa a la amenaza climática natural (ENSO) y no al aumento de la vulnerabilidad (frente a éste), que ha generado al descuidar la generación térmica de electricidad, y llevar los niveles del Guri a extremos peligrosos en la producción de energía hidroeléctrica para atender la demanda, pero con intermitentes cortes de energía ahorrativos.

El Niño, como amenaza natural, siempre ha existido y siempre existirá, y volverá. Nos puede sorprender con menor o mayor riesgo (como el ocurrido en Paraguaná con el desastre de 1912 y que mucha gente ignora), pero eso dependerá de nuestro menor a mayor vulnerabilidad que es otra cosa; es una variable, en la ecuación de riesgo o desastre, única y exclusivamente responsabilidad de la acción conjunta del gobierno y la sociedad, y no de El Niño propio como lo quieren hacer ver el oficialismo.

A pesar de que la nota contiene graves errores de fondo, referidos aquí como “mentiras piadosas” (para atacar al gobierno y con razón), y tiene una cierta mala intención (¿desprestigiar a los geógrafos de la ULA?), ésta tiene valor pedagógico; puede ser usada como ejercicio en algún curso de climatología y/o meteorología (en donde se enseñe el fenómeno ENOS), para que los estudiantes la revisen, la estudien, y averigüen y expliquen dónde están esos errores y por qué esta nota está equivocada. Las respuestas se encuentran aquí, en este artículo de opinión.

Pido disculpas por este largo artículo, pero la aclaratoria lo ameritaba dada también la situación de desprestigio a la que fue sometida la ilustre y Bicentenaria Universidad de los Andes (ULA)-Mérida, a través de una especie de comunicado dado a conocer supuestamente por una promoción de geógrafos de 1986, en la publicada nota.