(A Todo Momento – El Tiempo) – A medida que el aprendizaje de las máquinas y la robótica mejoren en las próximas décadas, es probable que cientos de millones de empleos desaparezcan, causando perturbaciones a las economías y redes comerciales de todo el mundo. La Revolución Industrial creó la clase trabajadora urbana, y gran parte de la historia social y política del siglo XX giró en torno a los problemas de esta. Del mismo modo, la revolución de la inteligencia artificial (IA) podría crear una nueva ‘clase sin trabajo’, cuyos miedos y esperanzas conformarán la historia del siglo XXI.
Los modelos sociales y económicos que hemos heredado del siglo pasado son inadecuados para enfrentar esta nueva era. Por ejemplo: el socialismo suponía que la clase obrera era decisiva para la economía, y los pensadores socialistas trataron de enseñarle al proletariado cómo traducir su poder económico en influencia política. Esas enseñanzas podrían llegar a ser irrelevantes en las próximas décadas, en la medida en que las masas pierdan su valor económico.
Algunos podrían argumentar que el ‘brexit’ y la victoria presidencial de Donald Trump muestran una trayectoria contraria. En 2016, muchos británicos y estadounidenses que habían perdido su utilidad económica, pero conservaron algún poder político, usaron las urnas para rebelarse antes de que fuera demasiado tarde. Pero no se rebelan contra una élite económica que los explota, sino contra una élite económica que ya no los necesita. Es mucho más aterrador ser inútil que ser explotado.
Con el fin de hacer frente a esas perturbaciones tecnológicas y económicas sin precedentes, probablemente necesitemos modelos completamente nuevos. Uno que está ganando creciente atención es el ingreso básico universal. El IBU sugiere que alguna institución –probablemente un Estado– gravará a los multimillonarios y corporaciones que controlan los algoritmos y los robots, y usará el dinero para proporcionar a cada persona un estipendio que cubra sus necesidades básicas. La esperanza es que eso dará a los pobres una amortiguación contra la pérdida del trabajo al tiempo que protegerá a los ricos de la rabia popular.
No todo el mundo está de acuerdo en que hará falta el IBU. El temor a que la automatización genere un desempleo masivo se remonta al siglo XIX, y hasta ahora nunca se ha materializado. En el siglo XX, por cada trabajo perdido a manos de un tractor o de una computadora se creó por lo menos un nuevo empleo, y en el siglo XXI la automatización viene causando hasta ahora pérdidas moderadas de puestos de trabajo. Sin embargo, hay buenas razones para pensar que esta vez es diferente: el aprendizaje de las máquinas realmente marca un antes y un después.
Los seres humanos tienen básicamente dos tipos de habilidades: físicas y cognitivas. En el pasado, aunque las máquinas competían con los humanos principalmente en las capacidades físicas, estos conservaban una enorme ventaja cognitiva. Pero ahora, la IA está empezando a superar a los humanos en cada vez más habilidades.
Por supuesto, en el siglo XXI se desarrollarán nuevos trabajos humanos, ya sea en la ingeniería informática o en la enseñanza de yoga. Estos exigirán, sin embargo, altos niveles de conocimiento experto y de creatividad, por lo que cual no resolverán los problemas de los trabajadores desempleados no calificados.
El antes y el ahora
Durante las anteriores oleadas de automatización, la gente normalmente podía cambiar de un trabajo de baja calificación a otro. En 1920, un trabajador rural despedido por la mecanización de la agricultura podía encontrar un nuevo empleo en una fábrica de tractores. En 1980, un trabajador fabril desempleado podía comenzar a trabajar como cajero de un banco o un supermercado. Cambios que fueron factibles porque el paso de la granja a la fábrica y de la fábrica al supermercado requirió sí una nueva capacitación, pero limitada.
Sin embargo, en el 2040, un cajero o un obrero textil que pierdan su empleo a manos de una máquina difícilmente podrán trabajar como ingeniero en ‘software’ o profesor de yoga. No tendrán las habilidades necesarias.
Los partidarios del IBU esperan resolver ese problema liberando de las preocupaciones económicas a los desocupados, que podrían simplemente olvidarse del trabajo, y dedicarse a sus familias, aficiones y actividades comunitarias y encontrar sentido en los deportes, las artes, etc.
Pero la fórmula del ingreso básico universal tiene sus problemas. Para comenzar, ¿qué es universal? Si bien Elon Musk (cofundador de PayPal y Tesla) dijo que “hay una buena posibilidad de que terminemos con un ingreso básico universal (…) debido a la automatización”, y el expresidente Barack Obama señaló que “si un ingreso universal es el modelo adecuado (…) es un debate que tendremos en los próximos 10 o 20 años”, no está claro de quién se está hablando. ¿Del pueblo estadounidense? ¿De la raza humana?
Hasta ahora, todas las iniciativas de IBU han sido estrictamente nacionales o municipales. En enero, Finlandia inició un experimento de dos años, proporcionando a 2.000 finlandeses desempleados 630 dólares al mes, independientemente de si encuentran trabajo o no. Proyectos similares están en curso en Ontario, en Holanda y en Livorno (Italia). El año pasado, Suiza celebró un referéndum sobre la institución de un plan nacional de ingreso básico, pero los votantes lo rechazaron.
El problema de esos planes nacionales y municipales, sin embargo, es que las principales víctimas de la automatización pueden no residir en Finlandia, Holanda o en EE. UU. La globalización ha hecho que la gente de un país dependa de mercados de otros países, pero la automatización podría desanudar grandes porciones de esta red mundial con consecuencias desastrosas para los eslabones más débiles.
En el siglo XX, los países en desarrollo experimentaron avances en sus economías principalmente mediante la exportación de materias primas o la venta de la mano de obra barata. Hoy, millones de personas de Bangladés se ganan la vida produciendo camisas que luego se venden a compradores en Estados Unidos, mientras que gente de Bangalore (India) se gana la vida contestando las quejas de clientes estadounidenses.
Sin embargo, con el aumento de la IA, los robots y las impresoras 3D, la mano de obra barata será mucho menos importante, y la demanda de materias primas también podría caer. En lugar de fabricar una camisa en Dhaka y enviarla a Nueva York, se podría comprar ‘online’ el código de la camisa a Amazon e imprimirlo en Manhattan. Las tiendas Zara y Prada podrían ser reemplazadas por centros de impresión tridimensionales, y algunas personas hasta podrían tener estas impresoras en su casa.
Al mismo tiempo, en vez de llamar a los servicios de atención al cliente en Bangalore para quejarse de su impresora, uno podría hablar con una forma de IA en Google Cloud.
Los nuevos trabajadores desempleados y los operadores de ‘call centers’ de Dhaka y Bangalore no tienen la formación necesaria para pasar a diseñar camisas de moda o escribir códigos de computador, así que ¿cómo van a sobrevivir?
En ese escenario, los ingresos que antes fluían hacia el sur ahora llenarán las arcas de unos cuantos gigantes tecnológicos en California, lo que provocará una enorme presión sobre las economías en desarrollo.
Los votantes estadounidenses posiblemente estarían de acuerdo en que los impuestos pagados por Amazon.com Inc. se usen para dar estipendios a los mineros de carbón desempleados de Pensilvania y los taxistas sin trabajo de Nueva York. Sin embargo, ¿alguien piensa que los votantes de los EE. UU. también estarían de acuerdo en que parte de esos impuestos deberían ser enviados a Bangladés para cubrir las necesidades básicas de las masas desempleadas allí?
Otra dificultad importante es que no hay una definición aceptada de necesidades “básicas”. Desde una perspectiva puramente biológica, lo único que un ‘Homo sapiens’ necesita para sobrevivir son unas 2.500 calorías por día. Pero más allá de esta línea de pobreza biológica, cada cultura en la historia ha definido necesidades básicas adicionales, que cambian con el tiempo.
En la Europa medieval, el acceso a los servicios de la iglesia se consideraba aún más importante que la comida, porque con ella cuidaba del alma, eterna; no el cuerpo, efímero. En la actualidad, en Europa la educación y los servicios de salud decentes se consideran necesidades humanas básicas, y algunos sostienen que hasta el acceso a internet es ahora esencial para todo hombre, mujer y niño.
De modo que, si en 2050 el Gobierno Unido del Mundo acepta imponer impuestos a Google, Amazon, Baidu Inc. y Tencent con el fin de proporcionar un ingreso básico para cada ser humano en la Tierra, desde Dhaka a Detroit, ¿cómo definirá “básico”?
Por ejemplo, ¿el ingreso básico universal cubrirá la educación? Y si es así, ¿qué comprenderían esos servicios: solo leer y escribir o también componer códigos informáticos? ¿Sólo la escuela o todo, hasta el doctorado?
¿Y qué pasa con el cuidado de la salud? Si para el año 2050 los avances médicos hacen posible desacelerar los procesos de envejecimiento y ampliar significativamente la vida humana, ¿habrá acceso a los nuevos tratamientos para los 10.000 millones de seres humanos del planeta o solo para unos pocos multimillonarios? Si la biotecnología permite a los padres ‘mejorar’ a sus hijos, ¿se consideraría eso una necesidad humana básica, o veríamos a la humanidad dividirse en diferentes castas biológicas, con ricos superhumanos con capacidades que superan con mucho las del ‘Homo sapiens’ pobre?
Una desigualdad creciente
Una vez que se definan las necesidades humanas básicas que deberán suministrarse a todos de forma gratuita, vendrán feroces competencias sociales y políticas por lo no básico, ya sean vehículos de lujo de conducción autónoma, acceso a parques de realidad virtual o cuerpos mejorados con bioingeniería.
Pero como las masas desempleadas no tendrán activos económicos, es difícil ver cómo podrían esperar obtener tales lujos. En consecuencia, la brecha entre los ricos (los gerentes de Tencent y accionistas de Google) y los pobres (los dependientes del ingreso básico universal) podría volverse más grande que nunca.
Por lo tanto, aun cuando el ingreso básico universal signifique que las personas pobres del 2050 gozarán de una mejor atención médica y educación, puede que sientan que el sistema solo sirve a los superricos y que el futuro será aun peor para ellos.
La gente suele compararse con sus contemporáneos más afortunados, no con sus antepasados. Si en 2017 se le dice a un estadounidense pobre de un barrio pauperizado de Detroit que tiene acceso a un mejor cuidado de la salud que sus bisabuelos en la era previa a los antibióticos, es poco probable que eso lo anime. “¿Por qué debo compararme con los campesinos del siglo XIX?”, podría replicar esa persona. “Quiero vivir como la gente rica que aparece en la televisión, o por lo menos como la gente de los suburbios pudientes”.
Del mismo modo, si en el 2050 se le dice a la clase inútil que goza de una mejor atención de la salud que en 2017, le serviría de poco consuelo, porque se estaría comparando con los superhumanos mejorados que dominarían el mundo.
Los sistemas modernos de comunicación hacen esas comparaciones casi inevitables. Un hombre que vivía en un villorrio de hace 5.000 años se medía contra los otros 50 hombres de la aldea. Comparado con ellos, probablemente se vería muy bien. Pero hoy un hombre que vive en un pueblito se compara con los 50 muchachos más hermosos del planeta, a quienes ve todos los días en la televisión, en pantallas y en carteleras. Es probable que nuestro aldeano moderno esté mucho menos feliz con la forma en que se ve. ¿El ingreso básico universal incluirá cirugía plástica para todos?
LEA TAMBIÉN: ¿La tecnología se va a devorar nuestros empleos?
El ‘Homo sapiens’ no está hecho solo para la satisfacción. La felicidad humana depende menos de condiciones objetivas y más de nuestras propias expectativas. Sin embargo, las expectativas tienden a adaptarse a las condiciones. Cuando las cosas mejoran, las expectativas crecen y, en consecuencia, hasta una mejora espectacular de las condiciones podría dejarnos tan insatisfechos como antes.
Si el ingreso básico universal tiene como propósito mejorar las condiciones objetivas de la persona promedio en 2050, tiene una razonable posibilidad de lograrlo. Pero si apunta a que la gente esté subjetivamente más satisfecha con su suerte con el fin de prevenir el descontento social, probablemente no la tenga.
YUVAL NOAH HARARI
Historiador y escritor israelí, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
© Project Syndicate
Jerusalén