El año pasado, la situación se volvió tan desesperante en los hospitales públicos que hubo una escasez crítica en el abastecimiento de sangre para transfusiones y operaciones. Los trabajadores de la salud dicen que en enero y febrero la escasez paralizó la mayoría de los bancos públicos de sangre, así que los pacientes deben esperar incluso para que les realicen los procedimientos más urgentes, y los médicos les recomiendan a las familias comprar sangre procesada de clínicas privadas.
Según los médicos, el problema no es tanto la falta de donantes como la escasez de los siete reactivos que detectan infecciones en la sangre donada. Esos reactivos, que el Ministerio de Salud y el Instituto de Seguridad Social importan para distribuir entre instituciones públicas, tienen precio en dólares, lo que los hace muy caros para la moneda local, el bolívar, que ya casi no tiene valor.
Sin los reactivos, la sangre no se puede usar.
Una mañana de finales de febrero, Roselvia Escobar se presentó en el hospital de niños público José Manuel de los Ríos de Caracas para implorar ayuda porque necesitaba sangre para su hijo de 22 años, César, que debe hacerse tres transfusiones por mes.
Cuando nació, a César le diagnosticaron talasemia, una enfermedad sanguínea. Si no le hacen las transfusiones, su corazón o su sistema nervioso podrían fallar y sus huesos podrían deformarse. Entre diciembre y febrero, su familia apenas pudo conseguir una unidad de sangre.
“Está en cama, somnoliento, inactivo y aterrado”, dice Escobar. “En Venezuela no existe el derecho a la vida. Lo único que se puede hacer es rogarle a Dios para que el ser querido no se muera”.
Esta semana, los pacientes recibieron una extraña buena noticia: la mayoría de los hospitales públicos recibieron reactivos que durarán casi dos meses. El material fue comprado por el Ministerio de Salud y el Instituto de Seguridad Social a laboratorios y organizaciones extranjeros. La Organización Panamericana de la Salud dijo que en las próximas semanas enviará al país un lote donado que debería durar un mes más.
Pero los médicos dicen que esas entregas son soluciones cortoplacistas para un problema de largo plazo.
Carlos Maldonado, de 40 años, compró sangre en una clínica privada para su padre, quien ingresó en el Hospital Universitario de Caracas luego de que en enero le diagnosticaron leucemia mieloide crónica. A Maldonado le costó el salario de casi dos meses de trabajo.
“Gracias a Dios pudimos comprarla”, dice. “Todos esperamos que no necesite más transfusiones”.
Pero no todas las clínicas privadas venden sangre. Algunas reservan sus reactivos exclusivamente para sus propios pacientes, a menos que los bancos públicos de salud las llamen directamente y les ofrezcan a cambio otros productos que escasean.
De cualquier modo, en un país donde 87% de la población vive bajo la línea de pobreza, la mayoría de las familias no pueden pagar el precio de la sangre utilizable.
“Es una situación inimaginable”, dice Maribel Meléndez, secretaria general de la Sociedad Venezolana de Hematología, que representa a la mayoría de los bancos de sangre públicos de todo el país. En el peor momento de la escasez -desde mediados de diciembre hasta fines de febrero-, 70% de los bancos no tenían sangre utilizable, señaló.
Para muchos pacientes que se vieron obligados a esperar mientras sus familias y los médicos se desvivían por conseguirla, la sangre llegó demasiado tarde.