(A Todo Momento) — Se puede tapar la olla, pero no el lamento de los grillos | Por Armando Martini Pietri
Los rojos rojitos son una lavativa seria, ahora resulta, uno que se siente perseguido y no reconoce su propia corrupción afirma conversar con quien se supone debería rechazarlo. Otro descubre, tarde como aquél pajarito, que los mandos deberían ser electos por las mismas bases que llevan más de veinte años esperando las promesas que siempre son para el próximo plan de la patria -y viendo cómo arriba escogen jefes por lo que jalan y no por lo que valen. Un tercero, más realista que los anteriores, advierte que ya no es tiempo de culpar al pasado después que en dos décadas no han cumplido y ha empeorado casi todo. Y, por último, al que señalan de culto dice; algunos compañeros emiten fuertes señalamientos y reproches, la crítica es imprescindible, pero la lealtad también. ¡Las entrañas pujan insistentes y adoloridas!
Los jefazos, engordados por el buen vivir, ¿alguien recuerda lo delgados que eran antes? están desconcertados. No deciden, adivinan. Escuchan la algarabía de sus propios grillos y tratan de cubrir la olla, es lo único que se les ocurre sólo han sido entrenados para reprimir, no para administrar, pero ya es una vasija con demasiada presión acumulada e incapaz de ocultar los chirridos y cántico tan llamativo de los insectos que se desesperan no por el ruido de una cocina llena de alimentos, sino vacía hasta de sonidos.
Parece que se prendió la mecha por allá en los predios socialistas del siglo XXI y se amenazan de todo, quitarle la cabeza a los tradicionales, pedir la disolución de la irrita y fraudulenta Asamblea castro constituyente, evaluar las relaciones con el imperio, y ya sin disimulo, comenzar a distanciarse del madurismo, como lo hicieran -hace poco- algunos en el Congreso del partido comunista cubano.
El falso bolivarianismo no da para más, demasiados militares golpean sus sables y bayonetas buscando ecos, los silencios de las cárceles también suenan. El castrismo se angustia, porque se da cuenta por la marea de espías y cooperantes distribuidos en la que soñó como colonia productora, que sus delegados han sido tan torpes e incompetentes que han derrochado los dólares y arruinado la mina petrolera, sin petróleo ni divisas la Cuba de Díaz-Canel y los gruñidos de Raúl Castro no valen nada, la tramoya se les descoyunta, el armazón tiene bases de barro y se desmorona reseca, ni siquiera para ellas tiene agua Hidrocapital.
La revolución ha cambiado su inicio y ya es lo que siempre fue, aunque lo ocultaba: involución, que rima perfectamente con destrucción.
La guía de pensamiento, el plan maestro para Cuba fue enterrado en una roca granitada, con un peso aproximado de 49 toneladas, y una altura cercana a los cuatro metros, en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, que comenzó a diseñarse en 2006, y el intérprete ejecutor es hace tiempo un cadáver devorado por un cáncer imprevisto, mal tratado por una medicina que se estancó en el pasado, anquilosada por la falta de información, y sepultado a buen resguardo en una pesada losa sobre la cual los chavistas herederos ponen las manos pero no el talento que no poseen.
La olla hierve, presiona, mantenerla cubierta es sólo cosa de tiempo porque el grillerío crece y empuja para salir y si un grillo puede poco, miles lo pueden todo, la unión hace la fuerza y el chavismo de base unido fue vencido por sus propios grilleros.
La derrota duele y avergüenza, sobretodo indigna porque ellos también han sido engañados y saben que hay una parte de la oposición que se ha mantenido firme en lo que advirtió años atrás y nunca ha dejado de advertir, una oposición que fue minoría cuando los cooperantes creían tenerlo todo en las manos y que de un tiempo para acá, los que están furiosos dentro del pote, y los que se enfurecen fuera es porque han sido siempre los principales burlados y perjudicados, se están dando cuenta de que en esta revolución fallida, hipócrita y prometedora de falsedades, sólo había una verdad y tiene nombre de mujer.
La cacerola está ahí, y el fuego sigue encendido, el apremio crece y a los malos cocineros se les hace más difícil sostener el cerramiento para que el caldo furioso no se rebose, estalle, y queme las manos. Inventan aguas frías, tratan con apaciguadores, pero fracasan, perdieron la confianza y nadie les cree.
“¡Soy Venezuela!”, gritan cada vez más ciudadanos venezolanos ¡Fuera Maduro! hartos de miseria y frustraciones; empieza a escucharse el imponente rugido desde la cazuela cada vez que la tapa se va levantando.