(A Todo Momento) — Editorial El Nacional |La revolución moribunda
La crisis venezolana, en todos los sentidos, comienza a salir a la luz de manera concreta en la serie de manifestaciones que, sin que medie la actuación de los partidos de oposición, ha tomado las calles y protagoniza un momento singular en nuestros temblorosos y angustiantes días.
Por una parte, el gobierno no logra detener las protestas porque ellas provienen del interior de sus propias organizaciones que, cansadas de sus duras y miserables condiciones de vida, le reclaman a quien está en el poder que cumpla con lo prometido por “su padre político”, Hugo Chávez.
Una exigencia que Nicolás Maduro no está en capacidad de cumplir por una razón que está plenamente a la vista: no cuenta con el capital político suficiente para ello y a duras penas logra mantener un espejismo de unidad en la cúpula del poder haciendo concesiones de todo tipo a los variopintos grupos que sobreviven ordeñando lo poco que queda en la ubre de la vaca. He allí la raíz de la lucha en el seno del PSUV por hacer sentir su derecho de recibir su ración de litros de leche.
Pero ojalá toda esta crisis se redujera a esta bastarda repartición de los huesos del cadáver de la revolución. Nada de eso existe porque entre la montonera militar y los ambiciosos burócratas civiles de hoy no hay una coherencia de principios, ni de comunión política y menos organizativa. Lo único que existe es un desierto ideológico que, en sí mismo, revela su propia debilidad y destrucción como movimiento civil y militar.
Como bien se predicaba en los círculos revolucionarios luego del Mayo Francés, “se pueden desencadenar revueltas explosivas (…) pero su espontaneidad, por sí misma, no conducirá a una revolución”. Claro que lo decían porque se quería imponer la conducción de cualquier cambio, solo y exclusivamente, a través del partido marxista.
Después, la historia de Europa Oriental y su salida del carcelario sistema soviético demostró que sí era posible no solo debilitar sino enterrar esa miseria social y ese aberrante autoritarismo ideológico, con las manifestaciones sistemáticas ocurridas en diferentes regiones y ciudades al interior del sofocante sistema policial impuesto como modelo por Stalin.
El “efecto dominó” ocurrido luego, el imprevisto derrumbe sucesivo de tantos dictadores comunistas y de sus verdugos policiales, le dijo al mundo que nadie puede imponer para siempre la represión y la muerte como si fueran dueños de la historia. Al contrario, está visto que esta no solo los castigó sino que mitos como el de Fidel y el Che fueron enterrados y sus restos ya no generan sino malos olores.
¿Quién nos puede decir, con hermosa intuición, que detrás de esta serie de protestas y modestas rebeliones se están encendiendo las candelitas que azuzarán el fuego del rechazo a los comportamientos indecentes de quienes manejan a sus anchas el poder?
Bien harían los que se creen hoy poderosos en no desconocer el rechazo del pueblo. Cuando este rechazo popular y la condena de la Iglesia se unen, como ocurrió en Polonia, cualquier destino puede aparecer en el horizonte. Pero seguramente no será un horizonte envejecido.