(A Todo Momento) — ¿Purga o justicia? Tal como vaticinamos en nuestro editorial del pasado 28 de noviembre, el escándolo de Citgo pica y se extiende. El ventilador accionado, vaya a saberse con qué aviesas intenciones, por el usurpador del Ministerio Público, Tarek William Saab, ha salpicado con excrementicio revuelo al ex presidente de Pdvsa Nelson Martínez y a quien hasta antier no más se desempeñaba como ministro de Petróleo, Eulogio del Pino; y el que fuera todopoderoso zar de la industria, Rafael Ramírez Carreño, está colgando como una de esas piezas de cacería que rompen la cuerda cuando alcanzan el punto exacto de descomposición (faisandé) que el cocinero estima conveniente.
Y aunque estos tres funcionarios, por la altura de sus coturnos, son por ahora los más notables chivos expiatorios de una cadena de delitos que, se sospecha y se comenta, no son de su exclusividad, pues entre los perseguidores parece que hay quienes bebieron de esas aguas y no hayan cómo bajarse del palo de gallinero, no agotan la lista de implicados.
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El fiscal ungido por la falsaria constituyente habla de 16 altos ejecutivos implicados por sus vínculos con fechorías de cuello blanco que disputan a los sobornos de Odebrecht el dudoso honor de encabezar la lista de los casos de corrupción más sonados de la región. Y pasan de 60 los detenidos por el destape de la cloaca máxima.
Al margen del rango de los involucrados en tan tenebroso asunto debemos destacar que tan duro plato de tragar tiene todos los ingredientes de una purga de corte estalinista. Y con esta afirmación no pretendemos exculpar a los señalados; sin embargo, hay mucho de Beria en el acusador público que adelanta los prolegómenos de un proceso que, dada la notoriedad de los caídos en desgracia y la probada crueldad con que el nicochavismo castiga a quienes se apartan aunque sea un milímetro del papel que les asignaron, promete revelaciones de graves consecuencias para el gobierno y el Partido Socialista Unido de Venezuela, su partido.
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Por allí un ministril ha señalado que se no se trata simplemente de un caso de corrupción, sino también de espionaje y desestabilización mediante el sabotaje. Una aseveración falaz con la que se persigue convertir en circo mediático la estigmatización de gente que dejó de ser útil y hacer de ella fácil blanco de la inconformidad, soslayando las responsabilidades de Maduro y su combo que, por motivaciones sectarias, delegaron en ese grupo el manejo de una actividad vital para la nación.
Tal vez el vate inquisidor carezca de pruebas y no tenga testigos que le permitan incoar un juicio como el que presidió el juez Antonio Di Pietro, cara visible de la operación Mani pulite, contra descollantes figuras políticas italianas, mas eso no debe quitarle el sueño: es un bardo y, como tal, ha de creerse con licencia poética para penalizar y prescindir de la presunción de inocencia.