(A Todo Momento) — Entre comunismos y otras corruptelas | Por Armando Martini @ArmandoMartini
Durante casi 20 años el castrochavismo viene haciendo –hay que reconocerlo, con eficiencia– todo lo necesario a fin de paralizar al país. Ha expropiado –robado–, intervenido y estatizado empresas desbaratando además todas las que han caído en sus manos; arruinado y empobrecido la producción agrícola y ganadera, volvieron ñoña la industria petrolera innovándola para hacerla incompetente y devastarla, fundieron al sector metalúrgico.
Han dejado a la minería convertida en tragedia ecológica en manos de garimpeiros y mineros de ocasión, los ferrys que comunicaban la Venezuela continental con la insular se corroyeron, oxidaron y finalmente zozobraron.
Desintegraron los salarios y las fuentes de trabajo, nos convirtieron en un pueblo de emigrantes que hoy desborda la imaginación y han involucionado una economía próspera –rica para algunos– en un basurero nauseabundo que ni siquiera puede soportar una moneda con un mínimo de estabilidad.
Copiaron con precisión la ignominia comunista de la Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, en la cual persistían cerca de 10.000 empresas privadas que, tras caer en las manos perversas y malignas de la Unión Soviética, fueron liquidadas en un año, al asumir Erich Honecker la Secretaría General del Partido Socialista Unificado, y entre 1976-1989 designado a la Jefatura de Estado de la RDA. ¿Será que a Venezuela ha llegado Erich/Nicolás?
La propiedad y empresa privada no son compatibles ni pueden coexistir con el comunismo.
Decir esto es un poco llover sobre mojado, los venezolanos, hasta los que siguen luciendo franelas, guayaberas y demás símbolos rojos alusivos al chavismo, son testigos y víctimas del que es desde un tiempo para acá, motivo de estupor y desconcierto. Ha sido, ¡qué duda cabe!, todo un esfuerzo pertinaz de destruir como pretexto para construir después, oferta del comunismo desde que Karl Marx escribía sus larguísimos textos y su familia comía gracias al dinero de Friedrich Engels, empresario y millonario que podía ostentar con derroche ser marxista. Ser comunista con mucha plata es fácil, pregúntenle a cualquier bolichico y altos funcionarios de este desastre que Maduro y sus secuaces llaman gobierno.
Un lujo engañoso y peligroso que ha sido devastador para rusos, cubanos y en los últimos tiempos venezolanos, aparte de los países sobre los cuales los comunistas impusieron botas militares y policiales que se desgastaron con el tiempo. Pero que en el Caribe sostienen castristas, chavistas y maduristas porque sus pueblos, desconocedores de la historia y defraudados por dirigentes abanderados de libertad y democracia en quienes habían confiado, los dejaron en la estacada, encerrados ellos en sus sedes, militancias, espacios y cargos tras clausurar puertas y ventanas a la realidad.
La corrupción, sea chavista u opositora, es pudrición. Los porcentajes en decencia no existen, es como estar medio embarazada, se está o no preñada, igual, se es o no decoroso. Lo mismo aplica para la honestidad. Este infortunio que hoy vivimos tiene consecuencias y una de ellas es el entramado que durante años el régimen ha concebido estructurando un sistema de complicidades que, al descubrirse, sorprenderá y retumbará descomunal como evento natural de gran intensidad, será devastador para la sociedad venezolana.
No se puede negar que los comunistas cubanos y sus pares venezolanos han triunfado en sus afianzados objetivos sociopolíticos, han destruido dos países y, por mucho que sigan prometiendo, la reconstrucción no se observa inmediata por estos horizontes tropicales; lo poco que se logra ver, aunque parezca increíble, luce aun peor. Porque los comunistas no construyen, destruyen.
Hace poco más de una semana los venezolanos vimos lo que ya vieron, décadas atrás, rusos, alemanes orientales, polacos, húngaros, búlgaros, rumanos, y han estado conociendo, aguantando los cubanos desde 1959. Una nación que advirtió y sintió el estruendoso silencio aplastante de un país paralizado por el propio régimen, y el único grito fue de unos cuantos que llamaban a pararlo. Y no eran maduristas, eran desorientados opositores. Como ejemplo, tomo prestado y hago mía una frase de un buen amigo, sobre el llamado al paro: “Es como si en un campo de concentración nazi, los judíos llamaran a una huelga de hambre”. ¡Patético!
Con el nuevo invento de reconversión monetaria, la dictadura lo que hizo fue inmovilizar para arreglar sus desvaríos monetarios agregando, como es costumbre, fantásticos ofrecimientos que son solo nuevas máscaras. Inventaron una moneda sin respaldo ni reconocimiento para ocultar la destrucción del apoyo que aún lograba mantener la anterior, y no se sabe si por cinismo descarado, o porque ellos tratan de engañarse a sí mismos, la llamaron soberano, lo cual no deja de ser un chiste y mal nombre para unos papeles con muy escasa, por no decir nula, soberanía.
El oficialismo inmovilizó al país, y un sector sin consulta ni organización solo supo levantar como bandera de protesta pararlo horas adicionales. Que se detuvo en buena parte, no porque lo pidieran jugando adelantado de palabrerío y desconcierto, sino porque los consumidores, comerciantes y empresarios se dedicaron a entender cómo demonios se desenvolverían entre petros repulsivos, inexistentes e inaceptables y bolívares nacidos soberanos devaluados en los que pocos confían.
Poco a poco los comercios fueron reabriendo con estanterías más vacías que nunca, siguieron sacando cálculos para darse cuenta de que no podrían seguir siendo garantes de las prestaciones sociales de sus trabajadores.
La crisis se acentúa y al parecer no tiene límites el deterioro.