(A Todo Momento) — El ministro de la Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino López, podría hacerse un aliado estratégico para Rusia en la región del Caribe. Reseñó Al Navío
Puede ser Venezuela la Siria del Caribe con apoyo ruso? Esa parece ser una idea que acarician el presidente Nicolás Maduro y su ministro de la Defensa, homónimo del señor del Kremlin. La pregunta es si Vladimir Putin desea (o puede) extender su desafío a Estados Unidos a esta parte del mundo.
El general en jefe Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa de Venezuela, excomandante estratégico operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y desde 2014 principal punto de apoyo de Nicolás Maduro dentro de Venezuela, ha efectuado en los últimos dos años cuatro viajes de carácter oficial a Rusia en su condición de máximo jefe militar del país luego del presidente de la República.
En abril y noviembre de 2017 participó en la VI Conferencia de Seguridad Internacional efectuada en Moscú y en la XII Comisión Intergubernamental de Alto Nivel Rusia-Venezuela como representante del Gobierno venezolano. Luego, en febrero de este año viajó a esa ciudad para presenciar los actos conmemorativos del centenario de la creación del Ejército Rojo, y hace pocos días se volvió a trasladar allí para la VII Conferencia de Seguridad de Internacional organizada por el Gobierno ruso, tal como informó el diario Konzapata.
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Con este inédito protagonismo para un jefe militar venezolano el general Padrino López se ha convertido en el principal representante del gobierno de Maduro en Rusia, hoy por hoy su más importante apoyo internacional.
Según un documento publicado por Reuters, en mayo de 2017 Venezuela poseía 5.000 misiles tierra-aire de fabricación rusa, el mayor arsenal en Latinoamérica de este tipo
La relación Moscú-Caracas no es reciente, pero a medida que los principales socios y aliados latinoamericanos del régimen de Maduro han sido desplazados este se va aferrando cada vez más a su alianza con la Federación Rusa.
En su afán de asegurar su propio poder dentro de Venezuela y de crear un frente antiimperialista mundial (léase: anti Estados Unidos) el expresidente Hugo Chávez dedicó mucho tiempo a tejer una extensa y compleja red de alianzas en el mundo entero. En América Latina la prioridad siempre fue, por supuesto, Fidel Castro, pero luego, en orden preferente, sus pares Luiz Inácio Lula Da Silva y Néstor Kirchner en primer término, y líderes como Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y todo aquel aspirante al poder regional que deseara su apoyo constituyeron un extenso e influente bloque continental aceitado por los petrodólares venezolanos.
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Pero no se detuvo allí, desde el iraní Mahmud Ajmanidejah (con quien tuvo un fuerte vínculo de amistad personal), pasando por los africanos Robert Mugabe y Muamar Gadafi, hasta el bielorruso Aleksandr Lukashenko, Chávez se acercó a todo aquel líder mundial dispuesto a desafiar el poder global de Estados Unidos, sin importar ideología, origen político o desempeño interno.
Y, por supuesto, establecer estrechas relaciones económicas y militares con Rusia y China era parte primordial de esa agenda.
Sin embargo, luego de tres lustros y una incontable cantidad de acuerdos económicos Estados Unidos y no China sigue siendo el principal destino de las exportaciones petroleras venezolanas. Por el lado de Rusia los multimillonarios créditos para la adquisición de armas fabricadas en ese país no han hecho de las venezolanas unas fuerzas militares particularmente temibles, pese a que entre 2010 y 2016 Venezuela adquirió el 80% de las armas que Rusia vendió a América Latina, según informó Konzapata.
De acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri por sus siglas en inglés), en 17 años Venezuela gastó la increíble cifra de 205.000 millones de dólares para adquirir material bélico. Un informe de esa institución señala que el principal proveedor de armas a Venezuela fue Rusia, que suministró 66% del armamento que llegó al país entre 2008 y 2012.
En 2011, Venezuela le compró tanques, sistemas de misiles, helicópteros y aviones. El gobierno de Chávez consiguió que Moscú le concediera una línea de crédito de 4.000 millones de dólares sólo para compras de armamentos.
Según un documento publicado por Reuters, en mayo de 2017 Venezuela poseía 5.000 misiles tierra-aire de fabricación rusa, el mayor arsenal en Latinoamérica de este tipo.
¿Una Siria en el Caribe?
No obstante, por esos giros de la política mundial, Nicolás Maduro ha desarrollado una relación más fluida con la Rusia de Vladimir Putin que su predecesor. Aquí el conflicto sirio ha sido clave.
Evidentemente Maduro ve en el espejo de Bashar al-Assad y en los rusos su último salvavidas. Salvo China, ninguna otra potencia podría intentar sostener su régimen.
El general Padrino López se ha convertido en el principal representante del gobierno de Maduro en Rusia, hoy por hoy su más importante apoyo internacional
Los gobernantes chinos, interesados exclusivamente en relaciones económicas que les sean provechosas, se han mantenido a distancia prudencial de la crisis venezolana. No han presionado al gobierno de Maduro para que les cancele su cuantiosa acreencia pero tampoco le han renovado nuevos créditos.
Sin embargo, en su propia estrategia de desafiar a Washington Vladimir Putin parece tentado de ir más allá. El cortejo mutuo entre los ministros de la Defensa de los dos países, los generales Serguéi Shoigú y Padrino López, ha ido por esa línea.
En julio de 2017 un artículo firmado por Konstantin Strigunov publicado en una revista rusa dedicada a asuntos militares esbozaba opciones de una hipotética guerra civil venezolana y el apoyo que el Gobierno ruso le podría dar al régimen de Maduro. Según ese análisis lo que ocurría en Venezuela, conmocionada en esos días por una ola de protestas, no era sino otra versión de las protestas acaecidas en Ucrania unos años antes.
Cada vez más aislados en el ámbito de las democracias latinoamericanas Maduro y su gobierno están dispuestos a convertir a Venezuela en un enclave militar ruso en el Caribe, de eso no hay duda. La pregunta es si Vladimir Putin desea (o puede) extender su desafío a Estados Unidos a esta parte del mundo.