(A Todo Momento) — Por las condiciones de clima, algunos han perdido la vida y otros deben desistir. Quienes logran superarlo lo toman como un símbolo de libertad.
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Es el tercer día de acompañamiento a los venezolanos errantes. Pisan el último refugio antes de iniciar el ascenso al páramo.
Los caminantes lo conocen como don Julio, él los recibe con una coca de fríjoles y arroz caliente. Les ofrece techo y colchoneta. El alojamiento tiene los dormitorios separados para mujeres y para hombres y un espacio de carpas para algunas familias con la garantía de no cobrarles nada.
Un carro con letreros de su fundación sube y baja continuamente por la vía. El conductor cuenta que en los últimos días está realizando más de 50 viajes con pasajeros venezolanos.
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En una esquina del cuarto esta María Eliz. Sus manos inquietas doblan y acomodan prendas…está nerviosa.
“Yo soy mamá soltera, tengo mi chamo, y de verdad que no me alcanzaba el dinero. No me alcanzaba ni para comprarle los pañales a mi hijo, lo único que hacía era comprarle su alimento, la leche supercarísima”, relata.
Dejó en Venezuela a su pequeño Matías al cuidado de su hermana mayor, lo ha podido ver dos veces por internet desde que llegó a Colombia.
“Lo vi por última vez esta mañana, él estaba emocionado y me decía ‘mamá, mamá’ (llora) de verdad que fue muy difícil. ¿Trajo algo de él? Sí, traje la mantica de él, la manta con la que él duerme”, afirma.
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Todos los caminantes traen una parte mínima de su vida en el morral.
Llegó el momento de caminar el páramo de Berlín. El clima empezó a cambiar.
Un grupo se denomina Los Mochileros, se van agrupando de a cinco, de a doce y hasta de a veinte. Están descansando porque ingresan al páramo de Santurbán y ellos sienten un gran temor al atravesarlo.
La niebla se hace más densa, se desafiaba el obstáculo más grande para los venezolanos: el frío.
Se conformó un grupo de siete, dos hermanos que tienen como destino Medellín, dos amigos que van para Bogotá y un padre con su hija que presenta molestias de salud. Llevan cinco días caminando.
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“Dije me voy solo, busco un cuarto, una habitación, donde yo pueda llevarme a mi hija y quedarme aquí. Yo no vuelvo a regresarme a Venezuela no creo. ¿Su hija cómo va? Le salió en el pie una llaguita y ahí vamos guapeando”, cuenta José Marino.
Los mismos venezolanos cuentan que las bajas temperaturas en el páramo ya han cobrado la vida de 17 venezolanos que han muerto de hipotermia intentado cruzarlo. Las autoridades dan cuenta de 14 de estos caminantes rescatados a tiempo y atendidos en los refugios.
Hay que seguir las recomendaciones, caminar esa zona fría en la mañana y salir sobre las tres de la tarde, cuando la temperatura empieza a bajar.
Son ocho horas continuas de camino, el grupo tardó 10. Un buen tramo tocó hacerlo bajo la lluvia.
Esmeralda no es la única con dificultades para andar; de los dos hermanos, el mayor tiene las rodillas hinchadas, se apoya con un bordón.
Desde lo alto descubren su ciudad de destino, Bucaramanga.
Una venta de café es la primera estación que encuentran en el camino de descenso.
El ánimo cambia y aparecen las primeras sonrisas. Rematan brindando con café.
Retoman la vía con múltiples curvas bajo la lluvia. De un momento a otro, un gran camión se detuvo para llevarlos. Rápidamente se trepan como pueden.
La alegría les duró poco, el control de las autoridades de carretera hace que el camión se detenga. Saltaron, se escabullieron del sitio. Temían ser repatriados.
Preocupados por comunicarse, llamaron a sus familiares.
Al final, habían alcanzado una nueva meta en el mapa, la capital de Santander.
El Parque del Agua sería su albergue a cielo abierto esa noche, con cientos de errantes como vecinos.
El lugar, de hermosas fuentes lumínicas, desde hace algunos meses se transforma en una ciudad improvisada, habitada por seres cansados de todas las edades.
Noticias Caracol.