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Reunión de condominio o Venezuela chiquita; por Eduardo Semtei

Los vecinos del edificio donde resido tenían más de un año sin reunirse con la junta de condominio. Todo se debió a la batalla verbal vecinal, local, regional y nacional en que vivimos, a más del metalenguaje de dedos y brazos con posiciones y movimientos horribles y los encuentros boxísticos que sostuvieron Reinaldo Vivas, hermano de Darío Vivas, con Gabriel Solórzano Rodríguez, primo de Delsa Solórzano. Ambos, mis queridos vecinos.

Solo los separa un piso. Reinaldo en el 2C16 y Gabriel en el 3C16. Dicen que se encontraron como Justo Brito y Juan Tabares en el ascensor y que se dieron de lo lindo. Eso fue kung-fu del barato en vivo y directo desde el sitio del suceso.

La junta de siete miembros y miembras estaba dividida en dos gobierneros y cinco oposicioneros, más o menos la misma proporción que tiene el país en general. Varias de las familias del edificio El Cují en el bulevar de El Cafetal, donde pernoto frecuentemente, muchas veces tengo que viajar al estado Lara para asuntos del partido Avanzada Progresista, se habían ido al exterior y algunas nuevas estaban de recién mudadas.

Llegó el sobrino del general Clíver Alcalá Cordones y un hermano de Timoteo Zambrano. También llegaron al conjunto residencial uno de los gerentes petroleros despedidos en 2002, el ingeniero Quiñones y una tía pobre, por parte paterna, de Cilia Flores. Un verdadero zoológico, perdón, quise decir una verdadera Torre de Babel. Ya se imaginarán ustedes el clima de tensión que vivimos a diario. Esperando que alguien se le desate la locura y haga cosas que no se deben hacer y despescuece a un prójimo. Cada vez que suena algo parecido a un disparo todos nos imaginamos que es fulano raspando a mengano. Es un cartucho de dinamita a punto de estallar.

El presidente encargado de la junta de condominio, sospechoso, como todos los de su cargo, de confundir los fondos públicos y vecinales con sus fondos privados y particulares, es un viejo diplomático adeco/copeyano, jubilado, que había trabajado en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y se suponía experto en transiciones, negociaciones y acuerdos de justicia y paz. Pero realmente no lo era tanto. Es quisquilloso, cascarrabias y mandón y un poquito desaseado. Corpulento. Usaba un fijador brillante en su cabellera que a todas luces era teñida de negro azabache, vestía siempre de traje negro, corbata del mismo color y un pañuelito blanco en el bolsillo del paltó. Era como el Dr. Escarrá, el ubicuo chavista/opositor.

El embajador Moreno, así se apellida nuestro primer mandatario vecinal, solicitó silencio a los concurrentes, apuntó de inmediato que solo faltó la familia del 2B15 que estaba en Margarita. Plena asistencia. Leyó la agenda que había sido publicada en el diario Tal Cual. Punto 1. Aprobación de los gastos del año anterior. 2. Aprobación de los presupuestos especiales de reparación y mantenimiento mayor del ascensor y suministro e instalación de un sistema de cerco eléctrico. 3. Elección de la nueva junta. 4. Varios.

Abrió fuego Solórzano. “Aquí no se puede venir a hablar de condominio como si Venezuela estuviera en paz”. “Propongo incluir en la agenda el problema de la represión brutal de la GNB, el rechazo a la asamblea nacional constituyente y las elecciones de gobernadores con un voto de censura para Tibisay y Socorro” Reinaldo Vivas, sin pedir la palabra, rojo de la ira le gritó a Gabriel por encima de la señora Rodríguez, una viejita de 91 años que estaba sentadita en una silla entre ambos contendores, y casi la tumba: “Aquí lo que tenemos que discutir es sobre la guerra económica y la guarimba terrorista”. “Ustedes los de El Cafetal son unos guarimberos”.

Hubo chiflas y pitos. La señora Lucía, una cuaima auténtica, había bajado, previendo todo el enfrentamiento, una olla de aluminio con su correspondiente cuchara musical y empezó a cacerolear de una manera frenética, casi histérica, prácticamente le puso la olla en la oreja derecha a Vivas. Doña Lucía se emocionó tanto con su sinfonía metálica que estuvo a punto de que le diera un “yeyo”. La sentaron en el presídium sudando como una cochina.

Por allá saltó Enrique Arias Cárdenas, que ustedes suponen de quién es familia, vociferando sobre la existencia de un plan desestabilizador instrumentado por el imperialismo, y allí sí que tercié yo en el debate. “Reconozcan que son minoría en el edificio, en el municipio, en el estado, en el país, en el planeta y el sistema solar”. “Quieren hacer una asamblea constituyente para modificar la carta magna y quedarse con el coroto”. “Están provocando un enfrentamiento entre los venezolanos”. “Una constituyente en la cual los partidos no pueden proponer candidatos, los diputados no son universales sino sectoriales y no se fundamentan en el número de electores sino en el número de municipios, es una aberración”.

Todos empezaron a discutir en voz alta, se armó un berrinche; empujones, altanerías, sollozos, gritos, un maremágnum completo. El diplomático/presidente a duras penas pudo reestablecer la asamblea. Los ánimos de guerra bajaron de tono. Era obvio que la agenda de la junta, la agenda de los pro gobierno y la agenda de los pro opositores eran distintas. Un reflejo pequeño, una fotocopia reducida de aquel primer intento fracasado de diálogo de 2016. Por un lado Zapatero y su combo; por el otro, Maduro y Jorge Rodríguez con su hermana satélite, y finalmente, Zambrano, Ocariz y Henri Falcón.

Todos permanecimos en silencio meditando sobre los graves problemas del edificio, aunque, de verdad, no todos; Arias Cárdenas miraba con malicia y pecadores pensamientos a la esposa de don Moreno, que era 35 años más joven que su marido. Se le salía la baba. Nuestro hogar, el edificio que había visto nacer y crecer a nuestros hijos y nietos, estaba lleno de máculas y fallas que nos afectaban a todos. Las dificultades de discutir esos problemas y encontrarles solución, en virtud del grave enfrentamiento por razones políticas y personales, empeoraba las cosas. Estábamos entrampados.

En ese último año, sin reuniones de condóminos, el edificio se había deteriorado significativamente. Habían aumentado los robos de apartamentos y vehículos, el ascensor par estaba parado y el tanque de agua tenía graves filtraciones. Paradójicamente, la gente quería discutir guarimbas y represión. Tan simple que era votar las propuestas y ratificar la junta actual o elegir una nueva. ¡Caramba! Y así enseñarle al CNE cómo se hacen las cosas. Era inconcebible que existiendo soluciones simples y prácticas, la rabieta ideológica nos impidiera conservar y hasta salvar nuestras viviendas, nuestras principales propiedades. La reunión se fue disolviendo poco a poco, la gente se fue retirando decepcionada, no se llegó a nada. Reuniones o marchas o protestas sin un objetivo preciso, sin una ruta clara, sin un fin concreto tienden a desgastarse en el tiempo.

El presidente, antes de que ya no quedara nadie, convocó a otra rueda de discusión y negociaciones para dentro de dos meses. Esperemos que en ese lapso no se derrumbe el edificio. Que encontremos un camino para los acuerdos y el trabajo conjunto. Y que tampoco se nos hunda Venezuela.