(A Todo Momento) — La primera sesión del segundo debate entre candidatos demócratas a la presidencia de Estados Unidos, celebrado la noche del martes en Detroit (Michigan), subrayó las líneas que dividen a las dos facciones del partido: la de corte socialista, que busca una revolución política que movilice al electorado para dar una sacudida izquierdista al país; y la más centrista, con el objetivo de convencer a los votantes independientes, republicanos moderados y demócratas de estados industriales para recuperar el terreno que ganó Donald Trump en 2016.
Por Javier Ansorena | ABC de España
Los diez candidatos que acudieron al debate mostraron esa brecha. De un lado, los senadores izquierdistas Bernie Sanders y Elizabeth Warren, ambos en la lista de los principales favoritos para la nominación demócrata; del otro lado, un puñado de candidatos sin apenas opciones, pero que buscaron quemar sus últimos cartuchos con ataques desde el centro.
Uno de los principales puntos de roce fue la cobertura sanitaria pública. Sanders y Warren llevan en sus programas la instauración del llamado ‘Medicare para todos’, es decir, la extensión del programa de atención médica a ciudadanos de bajos recursos a toda la sociedad, al estilo del sistema de sanidad pública universal que rige en Canadá o en la mayoría de países europeos, como España.
Desde el principio, candidatos moderados como John Delaney, atacaron la idea de acabar con los seguros privados, algo que supondría un golpe mortal para ganar las elecciones. Sanders y Warren respondieron con dureza. La senadora de Massachussetts acusó a sus compañeros de partido de usar “el argumentario de los republicanos”, mientras que Sanders tuvo uno de los mayores escarceos de la noche cuando otro candidato, Tim Ryan, dijo que no podía saber si el nuevo sistema daría mejor cobertura sanitaria a los empleados de sindicatos:”Sí lo sé, ¡yo escribí la maldita ley!”.
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La tensión izquierdista-centrista se extendió a otras partes del debate: el control de la inmigración ilegal, la educación universitaria gratuita o los tratados comerciales internacionales. Los moderados acusaban a Sanders y Warren de hacer promesas imposibles que perjudicarán al partido a la hora de evitar la reelección de Trump. Delaney les acusó de prometer “cuentos de hadas”; Steve Bullock, gobernador de Montana, dijo que defienden una “economía de deseos” y John Hickenlooper, exgobernador de Colorado, dijo que todas esas apuestas serán como “enviar por Correos a Donald Trump la reelección”.
El único que trató de colocarse en un plano de unidad fue el candidato más joven, Pete Buttigieg. “Defendamos simplemente el mejor programa político”, sugirió en uno de los cruces de acusaciones.
Plantar cara a Trump
Al final, buena parte de lo que decidirá a los electores de las primarias es la capacidad del candidato nominado de derrotar a Trump en noviembre del año que viene.
Beto O’Rourke, una de las sensaciones demócratas de las elecciones legislativas del pasado otoño pero que parece desinflarse como candidato presidencial, defendió que él se impondría a Trump en su estado, Texas, con mucho peso electoral.
Amy Klobuchar, senadora por Minnesota, aseguró que su éxito político en el Medio Oeste abriría la posibilidad de victorias en estados como Wisconsin, Michigan o Iowa, donde Trump cimento su victoria. Bullock dijo que él es la mejor opción porque fue capaz de ganar en un estado donde Trump se impuso por mucha diferencia. Pero algo similar puede decir Sanders, que recordó que las encuestas le dan a él ventaja frente a Trump en estados clave como Michigan, donde se celebró el debate.
La segunda ronda del debate se celebra la noche del miércoles en el mismo escenario. El gran atractivo será la reedición de la pelea entre el gran favorito, el exvicepresidente Joe Biden, y la estrella ascendente, la senadora Kamala Harris.
Esta última puso a Biden contra las cuerdas por decisiones políticas del pasado sobre relaciones raciales en el primer debate, y no sería extraño que el lugarteniente de Barack Obama busque ahora venganza.