(A Todo Momento) — La amenaza viene de adentro | Por Gustavo Roosen @roosengustavo
No pocos analistas estarían de acuerdo con el psicólogo y escritor canadiense Steven Pinker cuando asegura, en entrevista para El Mundo, de España: “La ultraderecha y la izquierda radical comparten hoy el discurso según el cual vivimos en una sociedad fallida”. La gran mayoría coincidiría en afirmar que la aparición de los extremismos y los populismos se explica en buena medida por las debilidades de la democracia o, con más acierto aún, por su fracaso en cumplir con las expectativas de los ciudadanos. En otras palabras, la mayor amenaza para la democracia viene de adentro. Pero también su mayor fortaleza, por su capacidad para corregir y mejorar.
Cuando se observa fenómenos como el brexit, el independentismo catalán, la revuelta de los chalecos amarillos en Francia, la nueva postura del gobierno italiano, los nuevos actores en la política española y, más de este lado, los Trump, los Bolsonaro, no hay duda de que los cambios en la dinámica política están marcados por decisiones inspiradas en la democracia y activadas por mecanismos democráticos pero cuyas consecuencias entrañan una amenaza a ella misma bajo las formas de la anarquía, el populismo o el autoritarismo.
Y es que las demandas han cambiado porque han cambiado los problemas. Fenómenos como la emigración, la destrucción del empleo por la automatización y la revolución digital, el incremento de la población en edad de jubilación, las presiones y distorsiones del comercio internacional, terminan planteando problemas de supervivencia, de desigualdad, de marginación, problemas para los cuales no siempre se ha tenido respuesta o no ha llegado a tiempo.
Steve Hilton, consejero y comentarista político británico, avanza en su nuevo libro Populismo positivo la idea de que las élites no cumplieron todo lo que prometieron: salarios más altos, hogares más grandes, mejor educación para los hijos, atención médica asequible y una fuerte defensa nacional. Según su análisis hay buenas razones para la rabia y la impaciencia por el cambio frente a la inseguridad en el presente y la ansiedad por el futuro. Es, precisamente, esa insatisfacción la que ha sido utilizada por las variadas formas de populismo, unas veces como justificación, otras simplemente como bandera. El resultado, está a la vista, ha terminado destruyendo la ilusión.
Uno de los retos para la democracia de hoy es revisar las causas profundas que dan lugar a los populismos, pero sobre todo revisar las promesas, ya no en términos de argumentos para ganar elecciones, sino de sostenibilidad, con políticas realistas, creíbles, realizables, capaces de adelantarse a las nuevas exigencias que trae el desconocido futuro y de atenderlas.
Le corresponde hacer lo que propone Hilton a su populismo positivo: asumir una agenda económica diseñada para elevar el nivel de vida y reducir la ansiedad económica de las mayorías, una agenda de política social que apunte a reparar un tejido social desgarrado, y una agenda política que atienda fundamentalmente la descentralización del poder y la lucha contra la corrupción. Dicho desde otra perspectiva, se trata de no limitar la visión del crecimiento al examen de los indicadores económicos, de pensar más allá de las estadísticas, de incorporar al análisis otro tipo de información, aquella que refleje las necesidades de la gente, los valores, las aspiraciones.
La democracia tiene la capacidad de hacerlo. Niall Ferguson, historiador, escritor y profesor británico, da algunas pistas puntuales sobre las mejores prácticas cuando, en un artículo reciente, dice: “Las democracias podrían haber aprendido unas de otras, copiando y compartiendo el sistema suizo de gobierno descentralizado, el sistema de finanzas públicas prudentes de Nueva Zelanda, la atención médica japonesa, la inmigración canadiense, la eficiencia energética alemana y así sucesivamente”. Pero, además de reproducir las mejores prácticas, la democracia tiene la capacidad de renovarse, de atender a los principios y de proponer y prometer lo posible y sostenible en el tiempo. Ese es, posiblemente, uno de los mayores retos para un nuevo liderazgo.