Un autobús les alquila el puesto a cambio de algunas piezas de artesanía que poco le servirán al chofer, sin embargo, la insistencia tenaz de Yuneida le hace ceder y les permite viajar las ocho horas hasta Caracas.
Dos puestos para cuatro personas y un solo espacio de equipaje es la condición. Así que varias mudas de ropa se quedan para hacerle espacio a la mercancía que se venderá en el bulevar de Sabana Grande en Caracas.
El fulgor de ilusión en los redondos, inquietos y oscuros ojos Waraos de Yuneida no se ha apagado ni cuando ya ha vendido todas las piezas de arte indígena y no le queda más que pedir limosna en el semáforo que sube hacia la Plaza Miranda, frente al Museo de Transporte. Hace turnos con su mamá para pedir dádivas mientras la otra, bajo el nuevo puente de Los Ruices, cuida de dos pequeños: el hijo de Yuneida (3) y su hermanita (6).
Yuneida responde con monosílabos, esconde temor, timidez e inocencia tras una dulce sonrisa que, no obstante delata que le faltan varios dientes frontales. Ha venido a buscar mejor vida porque en el estado Monagas, en su tribu, no consigue alimentos, ni servicios básicos, ni servicios de salud, ni educación ni seguridad.
Hoy cumple dos semanas de haber llegado y ante la pregunta de si no es hora ya de volver a casa, porque se supone que tendría más comodidad que vivir de la limosna bajo un puente a la merced de la ratería, los accidentes y enfermedades, su respuesta es terminante y decidida:
Un rotundo no.
Hoy les acompañan seis mujeres más, de la misma tribu de Waraos. La semana que viene, quién sabe cuántas más llegarán.