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Un cascarón vacío y quebrado | Por Ramón Hernández

(A Todo Momento – El Nacional)— Nunca antes se había notificado una privatización con un jefe de Estado, dando pitazos como un árbitro loco en un partido de fútbol con los tres chiflados como las estrellas; mucho menos en una cadena de radio y televisión y siendo el objeto el cambio de manos de la principal industria del país: Pdvsa. Si el 29 de agosto de 1975 fue casi un día nacional porque se hacía realidad un sueño compartido por la mayoría de los venezolanos, aunque se trataba de una equivocación, el día de los pitazos debió ser, y muchos lo sintieron así, el anuncio de una catástrofe.

Nunca hubo más felicidad en el Reino de Arabia Saudita, en la República Islámica de Irán y en la versión rusa del ministerio de energía y petróleo que cuando el ministro Alí Rodríguez Araque anunció el despido de más de 21.000 trabajadores de la industria petrolera venezolana, con lo cual no solo quedaba desmantelado su principal competidor, sino que también ganaban su entrada a la explotación de las mayores reservas de crudo pesado en el mundo y quién sabe qué otras riquezas, como el coltán, el uranio, el oro y diamantes. Las desgracias no vienen solas.

Quienes habían levantado una empresa modelo, con pocos accidentes laborales; modernas estrategias de comercialización, avanzadas técnicas de investigación y un reducido proceso de politización; fueron despachados por el jefe del Estado y su sicario laboral como alimañas, piltrafas, apátridas y demás descalificativos. Además, les robaron las prestaciones y los ahorros, los sacaron a la fuerza de sus casas en la madrugada y los persiguieron de todas las maneras posibles.

Los pitazos y lo que vino después –la entrega del subsuelo como propiedad a los socios, la destrucción de la eficiencia productiva, los reiterados y graves accidentes en refinerías que eran ejemplo mundial y los continuos; mayúsculos y generalizados casos de corrupción y robos– convirtieron a Pdvsa en poco menos que una chatarra, en un cascarón resquebrajado. Ahora para su propia subsistencia los dueños están rematándola por un puñado de dólares, a costa del futuro de la población.

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A La Habana; que sigue recibiendo su plusvalía de 120.000 barriles diarios, en efectivo y ayuda humanitaria, que va desde grifos de lujos hasta piezas de mármol para las residencias de la nomenklatura; a Teherán, con sus vuelos diarios sin pasajeros; a Moscú y sus ventas de armas, se les ha sumado China, que para comenzar los “negocios” la Pdvsa de todos le obsequió la fórmula de la orimulsión y el flete de los cargamentos petroleros.

Hoy los 40 socios de Alí Babá rematan lo que queda para pagarse la deuda que les deben los venezolanos. Vendo retrato de Juan Vicente Gómez, era más honrado

Vía El Nacional